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en todo su apogeo, y á propósito para toda clase de usos, que lucían sus movimientos del más perfecto estilo, cuando los hacían trotar, llevados de la rienda por un sirviente del dueño, que corría á la par de ellos. En otro lado del campo estaban los desgraciados, arruinados por exceso de trabajo duro, con sus rodillas llenas de nudos, y balanceándoseles las patas al andar, como si no tuvieran ya dominio sobre ellas; otros, viejos y de aspecto abatido, con el labio inferior colgando y las orejas caídas, como si para ellos se hubiera acabado ya todo lo que significa algún placer en la vida, y toda esperanza; algunos estaban tan flacos que podían contarse todas sus costillas, y otros tenían enormes cicatrices en el lomo. Estos ofrecían un espectáculo triste para un caballo, que comprende puede llegar á verse en el mismo estado.

Los contratos se sucedían sin interrupción, y si un caballo puede expresar sus pensamientos con arreglo á lo que entiende, diré que se dijeron más mentiras, y se hicieron más trampas en aquella feria, que las que el hombre más listo pueda imaginar. A mí me pusieron con otros dos ó tres caballos, fuertes, y al parecer en buen estado de servicio todavía, y muchos compradores se aproximaron para vernos. Los caballeros me volvían la espalda tan luego como veían el