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vó desde luego; no olía, como otros, & vino y á tabaco, cosa que yo detestaba, sino á algo como si saliera de la habitación donde se guarda el heno. Ofreció ciento quince duros por mí; pero la oferta fué rehusada, y se retiró. Yo lo seguí con la vista por un rato, y otro hombre de mirada dura, y voz más dura todavía, se aproximó. Temblé, pensando que me pudiera comprar, pero siguió de largo después de mirarme.

Dos ó tres más se acercaron, que no parecían muy dispuestos á hacer negocio. Volvió el de la cara dura, y ofreció ciento quince duros también. El asunto se iba apurando, pues mi vendedor empezaba á pensar que no podía obtener lo que pretendía, y que tendría que rebajar, cuando se presentó de nuevo el de los ojos grises.

Sin poderlo remediar aproximé á él mi cabeza, que acarició, diciéndome :

-Bueno, muchacho; parece que tú y yo nos entendemos. Ciento veinte duros doy por él.

-Sean ciento veinticinco, y es de usted.

-Ciento veintidós y medio-dijo mi amigo, con un tono decidido, y ni un céntimo más; ¿sí, ó no?

-Hecho-dijo el vendedor, y vaya usted seguro de que es una monstruosidad la condición de ese caballo, y si lo necesita usted para un coche de alquiler, es una verdadera ganga.