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El dinero fué pagado en el acto, y mi nuevo amo, cogiendo el ronzal de mi cabezada, me condujo á una posada, donde me puso una silla y un freno que tenía preparados. Antes me dió un buen pienso, y estuvo á mi lado mientras lo comía, hablándome y hablando consigo mismo.

Media hora después caminábamos para Londres, cruzando un hermoso camino á un paso tranquilo, hasta que, al anochecer, llegamos á la gran ciudad. Las luces de gas estaban ya encendidas, y tras calles á la derecha y calles á la izquierda, por millas y millas, que creí no se acababan nunca, pasamos por delante de un puesto de coches de alquiler, y mi jinete gritó alegremente:

-¡Buenas noches, «Gobernador» !

-¡Hola!-le contestó una voz.-Ha logrado usted algo bueno?

-Me parece que sí-contestó mi dueño.

-Le deseo buena suerte con él.

-Gracias, «Gobernador»-y seguimos adelante. Volvimos á la derecha, al llegar á una de las calles laterales, y como á la mitad de ella torcimos, entrando en un callejón estrecho, con casas de pobre apariencia á un lado, y lo que parecía ser establos y cocheras al otro.

Mi amo se aproximó á una de las casas y dió un silbido. Se abrió al momento la puerta, y