maremos Juanillo, en recuerdo del otro viejo; no te parece, Paulina?
-Sí, Perico; lo encuentro muy acertado.
Capitán salió aquella mañana con el carruaje.
Enrique, cuando volvió de la escuela, á las once, me echó un pienso y me dió agua. Por la tarde me tocó hacer servicio. Al engancharme, Perico se tomó el mayor cuidado en ver si la collera y la cabezada me sentaban bien, haciéndome recordar á Juan Carrasco; alargó dos puntos á la baticola, y todo me ajustaba perfectamente. Nada de engallador, ni de cadenilla barbada, y sólo un simple filete, con lo que iba yo á todo mi placer.
Nos dirigimos al puesto donde, la noche anterior, Perico había saludado al «Gobernador. A un lado de la ancha calle había altas casas, con magníficas tiendas en la parte baja, y en el otro una antigua iglesia, con un gran atrio rodeado de una verja de hierro, á lo largo de la cual estaban estacionados en fila varios coches de plaza, esperando pasajeros; en el suelo se veían aquí y allá algunas pajas de heno; un grupo de cocheros hablaba en voz alta; otros estaban sentados en sus pescantes, leyendo periódicos, y uno ó dos daban agua á sus caballos. Nos colocamos en el extremo de la fila, y en seguida vi-