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petas que nos llamaban, y nos sentíamos impacientes por arrancar, aunque algunas veces teníamos que permanecer horas enteras á pie firme, esperando la voz de mando; y cuando llegaba, salíamos despedidos, tan contentos y ansiosos, como si no fuéramos á encontrarnos con las balas de cañón y de fusil, y con las bayonetas. Mientras sentíamos el jinete firme en la silla, y su mano apoyada en la brida, ninguno de nosotros daba señales de miedo, aun cuando viéramos las terribles granadas reventar en ei aire, haciéndose mil pedazos. Con mi noble amo encima, asistí á un gran número de acciones sin recibir la más pequeña herida, ni uno ni otro, aunque vi á muchos de mis compañeros caer á mi lado, atravesados por las balas ó por las lanzas, ó acuchillados por los afilados sables. Allí quedaban muertos en el campo, ó moribundos, luchando con la agonía producida por sus heridas, y yo no sentía el más pequeño miedo por mí mismo. La alegre voz de mi amo, cuando se dirigía á sus soldados, me infundía tal ánimo, que me parecía que nunca podían matarme. Tenía tal confianza en él, que mientras lo sentía sobre mí, me hallaba dispuesto á cargar, hasta la misma boca de los cañones. Vi á muchos bravos hombres caer de las sillas, unos muertos, y otros mortalmente heridos; of los gritos y los -