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y otros vienen á verse tan inmediatas, que es casi imposible escapar sin algún arañazo. Si el cuidado no es muy grande, y no anda uno tan listo como perro ratonero, para aprovechar todas las salidas, es lo más fácil ver las ruedas de su propio vehículo enganchadas con las de otro, ó la lanza de alguno venir á enterrársele á uno en el pecho ó en el costado; de modo que se necesita muchísima práctica para cruzar aquellas calles en el centro del día.

1 Perico y yo estábamos ya acostumbrados, y nadie nos ganaba en habilidad para sortear todos los inconvenientes. Yo era vivo y atrevido, y sabía que podía confiar en el que me guiaba; él era vivo también, pero prudente al mismo tiempo, y tenía confianza en su caballo, lo que es una gran cosa. Muy rara vez usaba el látigo; con su voz tenía yo bastante para saber cuándo él deseaba que fuese más de prisa; pero volvamos á mi cuento.

Las calles estaban aquel día concurrídisimas, pero fuimos bien, hasta que ya cerca del puente nos encontramos con el paso obstruido por una parada de la fila, que nos hizo detenernos tres ó cuatro minutos. El joven asomó la cabeza por la ventanilla, y dijo, con impaciencia:

Azabache.-14 Vol. 377