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sábamos; mientras que ellos tenían que pasar todo el día en el pescante, retirándose algunas veces á la una y las dos de la madrugada, si tenían que esperar á la puerta de alguna casa donde hubiera reunión ó baile.

Lo peor de todo para nosotros era cuando las calles se ponían resbaladizas por el hielo ó la nieve; una milla de aquel camino, nos cansaba más que cuatro de otro en buen estado, pues teníamos que esforzar todos los músculos y nervios de nuestro cuerpo para conservar el equilibrio, añadiéndose á esto el miedo á caer, que extenúa más que nada.

Cuando el tiempo estaba muy malo, muchos de los cocheros solían entrar en la taberna inmediata, dejando uno al cuidado de los coches ; pero esto les hacía perder algunas carreras, y según decía Perico, era un motivo de gastar dinero. El nunca hacía eso; solamente tomaba alguna taza de café, de un viejo que acostumbraba recorrer el punto con una cafetera de hoja de lata, y pasteles. Opinaba que las bebidas espirituosas y la cerveza sólo producían un calor mumentáneo, mientras que el buen alimento, buen abrigo, y buen humor, era lo que necesitaba un cochero para estar caliente. Paulina le enviaba siempre algo que comer, cuando no podía ir á casa, y con frecuencia veíamos á la pequeña Do-