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ra asomarse á la esquina de la calle para ver si el padre estaba en el punto, y si lo veía, volaba á casa, á toda carrera, regresando al poco rato con un canasto, dentro del cual venía un pucherito con sopa, ó una torta hecha por Paulina.

Era admirable cómo aquella pequeña niña podía cruzar con seguridad la calle, cuajada á veces de caballos y carruajes; pero era brava como ella sola, y tenía á mucho honor traer la comida á su padre. Era querida por todos en el punto, y no había uno que no le hiciera caricias.

Un día que soplaba un viento friísimo, se haIlaba Perico tomando algo caliente, que Dora le había traído; cuando, apenas había empezado, se acercó muy de prisa un caballero saludándolo con un movimiento de su paraguas. Perico le correspondió llevándose la mano al sombrero, entregó el puchero á Dora, y vino á quitarme la manta, cuando el señor le dijo:

-No, amigo, termine usted su comida, que yo puedo esperar-y entró en el coche.

Perico le dió las gracias, y regresó al lado de Dora, diciéndole :

-Ahí tienes lo que se llama un cumplido caballero, Dora, que se ocupa del bienestar de un pobre cochero.

Concluyó su sopa, y tomando la orden de aquel señor, montó en el pescante, y partimos. Varias