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palos hasta en la cabeza, con el mango del látigo. Al verlo nuestro caballero, se adelantó y le dijo con muy mal tono :

-Si usted no cesa ahora mismo de castigar á esos animales, voy á hacer que se lo lleven á la cárcel, por haberlos dejado abandonados, y por su conducta brutal con ellos.

El hombre parecía que había bebido más de lo conveniente, y contestó en malos términos, pero cesó de castigar á los caballos, y montó en el carro; mientras tanto, nuestro amigo había sacado de su bolsillo un libro de memorias, y mirando al número del carro, escribió algo en dicho libro.

-¿Qué está usted haciendo?-gruñó el carretero, chasqueando el látigo, y partiendo. Un movimiento de cabeza y una sonrisa fué la única contestación que obtuvo.

Al volver adonde estábamos, el caballero se encontró con su amigo, que le dijo, riendo:

-Yo creía, Pacheco, que tenía usted bastantes negocios propios á que atender, sin meterse á gobernar caballos y criados ajenos.

-Amigo mío-contestó el otro prontamente; -mi firme creencia es que, si una persona ve cometer una crueldad, ó un acto censurable, y no lo evita, pudiendo, se hace reo de aquel delito, en participación con el que lo comete.