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XXII

¡POBRE JENGIBRE!

Un día, cuando nuestro coche se hallaba estacionado con otros, esperando en la parte exterior de los parques, mientras tocaba la música, se aproximó á nosotros uno muy viejo y deteriorado. El caballo era viejo también, de color castaño, la piel muy mal tratada, viéndose los huesos á través de ella, las rodillas llenas de nudos, y las patas traseras débiles é inseguras. Ha bía yo estado comiendo un poco de heno, y el viento llevó en aquella dirección algunas pajas que el pobre animal alcanzó, estirando su largo y delgado cuello, volviendo luego la cabeza en busca de más. Había tal tristeza en su mirada, que no pudo menos de llamar mi atención, y cuando estaba pensando que me parecía haber visto antes aquel caballo, me miró de lleno, y exclamó: