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¡Azabache! ¿Eres tú?

¡Era Jengibre! ¡Pero qué cambiada! Su bonito cuello, antes arqueado y lustroso, estaba ahora recto, flaco y caído; sus limpias y delgadas patas estaban hinchadas, con las coyunturas sin forma ya, por el exceso de trabajo; en su cara, llena de vida y animación en otro tiempo, estaba retratado el sufrimiento, y por la agitación de sus ijares, y su frecuente tos, comprendí en cuán mal estado debían hallarse sus pulmones.

Nuestros cocheros se hallaban un poco separados, hablando, y así pude aproximarme á ella uno ó dos pasos, con objeto de tener un rato de tranquila charla. Triste por demás era todo lo que tenía que contarme. Después de un año de soltura en el potrero del conde del Pino, la consideraron útil otra vez para el trabajo, y fué vendida á un caballero. Por un poco de tiempo hizo aquél bastante bien, pero habiendo sido obligada un día á dar una larga carrera, volvió el antiguo padecimiento, y después de otro descanso y tomar varias medicinas, fué vendida de nuevo.

Así fué cambiando de dueño varias veces, y siempre decayendo más y más.

-Por último-dijo,-vine á parar á manos de un hombre que tiene un gran número de coVol. 3.7 Azabache.-15