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que la consolase. Creo que se alegró de verme, pues me dijo:

— -Tú eres el único amigo que he tenido.

En aquel momento su cochero montó en el pescante, y dándole un tirón de riendas, se alejó con ella, dejándome muy triste.

Pocos días después de esto, vi cruzar por el punto donde se estacionaba nuestro coche, un carro cargado con un caballo muerto. La cabeza colgaba por la parte posterior del carro, y tenía los ojos hundidos. Su vista me horrorizó.

Era de color castaño y tenía el cuello largo, y una estrella en la frente. Creo que era Jengibre, y deseé que fuese, porque así habrían acabado sus desventuras. ¡Oh! Si los hombres fueran más humanos, deberían pegarnos un tiro, antes de que llegásemos á ese estado de miseria.