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XXIII
EL CARNICERO
Muchas desdichas presencié, de que eran víctimas los caballos de Londres, y gran parte de ellas pudieran ser evitadas con un poco de sentido común. A nosotros no nos preocupa el trabajo, si somos tratados razonablemente. Estoy seguro de que existen muchos caballos pertenecientes á gente pobre, cuya vida es más feliz que lo era la mía cuando me enganchaban en el carruaje de la condesa del Pino, á pesar de mis arneses guarnecidos de plata, y mi excelente alimento.
Me llegaba algunas veces al corazón ver cómo eran tratados pequeños caballitos, arrastrando pesadas cargas, ó bamboleándose bajo los fuertes golpes de algún perverso y cruel muchacho. Vi una vez uno, tan parecido á Alegría, que á