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mente, y había otros á quienes con muy buena voluntad me hubiera prestado á servir por el resto de mis días, pues si aparecían raídos y miserables, en su voz comprendía que eran bondadosos y humanos. Yo estaba ansioso, pensando en lo que pudiera sucederme. Viniendo de la parte principal de la feria vi acercarse un hombre que parecía un caballero labrador, acompañado de un muchacho. Era bien formado, de facciones rudas, aunque parecían bondadosas, y cubierta su cabeza con un sombrero de ala ancha. Cuando llegó al grupo en que yo me hallaba, se detuvo y nos echó una mirada como de compasión. Noté que desde luego se fijó en mí; yo conservaba todavía una buena crín y cola, que contribuían en algo á mi buena apariencia. Enderecé mis orejas y lo miré atentamente.

—He aquí un caballo, Alfonsito, que estoy seguro ha conocido mejores tiempos.

—¡Pobre viejo!—contestó el muchacho;—¿cree usted, abuelito, que ha sido alguna vez caballo de coche?

—Indudablemente, hijo mío—dijo, acercándose más á mí;—puede haber sido cualquier cosa cuando joven; fíjate en su nariz y en sus orejas, y en la forma de su cuello y pechos; estoy seguro de que este animal tiene mezcla de pura

Azabache.—18
Vol. 377