sangre. Me dió unas palmadas en el cuello, y yo acerqué á él mi nariz, como agradecido á sus bondades; el muchacho me acarició la cara, diciendo:
-¡Pobrecillo!; mire usted, abuelito, cómo entiende nuestras caricias. No podría usted comprarlo y volverlo joven, como hizo con Mariposa?
-Hijo mío, yo no puedo rejuvenecer caballos viejos. Mariposa no era muy vieja, sino que estaba muy mal tratada.
-Bueno, abuelito, yo no creo que éste sea tampoco muy viejo; mire usted su crin y su cola. Véale la boca para saber su edad. Aunque está tan flaco, sus ojos no están hundidos como los de los caballos viejos.
El señor se echó á reir.
-Vaya con el muchacho, que es tan aficionado á caballos como su abuelo.
-Mirele usted la boca, abuelito, y pregunte el precio; estoy seguro de que se volverá joven en nuestro prado.
El mozo que me había conducido para venderterció entonces en la conversación.
-El niño es inteligente en caballos, señor.
La verdad es que el animal no tiene más que los efectos de haber sido trabajado con exceso en el alquiler; no es viejo, y he oído decir al veteri-