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tados en la doma, que tal vez las necesiten; pero como yo no soy de esos, no puedo juzgar con acierto.

-Yo creo-dijo Oliveros,-que las anteojeras son más bien un motivo de peligro, sobre todo durante la noche. Nosotros los caballos podemos ver en la obscuridad, mucho mejor que los hombres, y se hubiera evitado un gran número de accidentes, si los caballos hubiesen podido hacer siempre un completo uso de sus ojos. Recuerdo que una vez, hace algunos años, en una noche obscura, una pareja de caballos volvía del cementerio, enganchada á un carro fúnebre, por el camino que pasa frente á la granja del señor Cifuentes, y á cuyo borde hay una gran laguna :

el carro se aproximó demasiado y volcó, cayendo en aquélla, donde se ahogaron los dos caballos, escapando el cochero como por milagro. Por supuesto, después del accidente pusieron una gran cerca, pintada de blanco, que puede verse bien; pero estoy seguro de que si aquéllos no hubieran estado parcialmente ciegos, ellos mismos se hubieran apartado del peligro, y no hubiera ocurrido el accidente. Cuando volcó el carruaje de nuestro amo, antes de que ustedes vinieran aquí, se dijo que si el farol de la izquierda no se hubiera apagado, Juan habría podido ver un gran hoyo que los trabajadores que estaban