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cada y pequeña boca; mi amo me indicó con la brida y las piernas que partiese hacia aquel punto, y no me hice repetir la orden, hallándonos allí en menos de tres segundos.

- Saravia !-gritó con voz de trueno, cree usted que ese animal no está hecho de carne y hueso?

-Sí, señor-contestó aquél, y también sé que tiene una voluntad demasiado firme, y á la que no me acomodo.

Hablaba como si estuviese fuera de sí. Era un maestro albañil que varias veces había ido á nuestra casa á negocios.

-¿Y cree usted-añadió mi amo con mucha seriedad, que con ese trato logrará que le obedezca gustoso?

-Nadie le mandó que volviese en aquella dirección; su camino es el derecho-contestó el hombre ásperamente.

-Pero usted olvida que con frecuencia ha ido á mi casa con ese mismo caballo, y él, con su movimiento, sólo ha demostrado su memoria y su inteligencia. ¿Sabía él acaso que hoy no se dirigía usted á aquel punto? Le aseguro, señor Saravia, que hasta ahora nunca había tenido el sentimiento de presenciar un trato tan inhumano y brutal en animal alguno, y que con se-