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que entró por la puerta nos hizo más fácil el respirar, pero el ruido que yo había oído se aumentó, y cuando miré hacia arriba por el cañón por donde bajaba el heno á mi reja, vi rojas llamas reflejarse en las paredes. Entonces oí en la parte de afuera un grito de «fuego», y el mozo de cuadra que me había cuidado entró tranquilamente, se dirigió al caballo que estaba más próximo á la puerta y lo sacó; volvió á buscar otro, y ya las llamas se habían apoderado de la puerta del sobrado, y el ruido sobre nuestras cabezas era espantoso.

Lo que inmediatamente of fué la voz de Jaime, tranquila y alegre como siempre, que decía, entrando en la cuadra:

-Vamos, muchachos, que aquí hace mucho calor, vamos para afuera.

Yo me hallaba más cerca de la puerta que Jengibre, y así, se dirigió á mí primero, acariciándome al acercarse.

-Vamos, Azabache, hijo mío, vamos fuera de esta humareda..

Todavía me resistía á salir. Entonces sacó de su bolsillo un pañuelo, lo ató fuertemente sobre mis ojos, y siempre acariciándome y hablándome, me sacó fuera de la cuadra. Una vez en el patio, desató el pañuelo y gritó: