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imponderable mujer que tanto adoraba y por la que todo lo hubiera sacrificado!.. ¡Y allá, junto á su nido de amor inefable, la cuna de su hijo, que dormia, dormia con el sueño de los ángeles..., aquel hijo cuyas caricias y sonrisas abandonara para vivir en la crápula y el vicio degradante; trocadas sus cariñosas manecitas por el puñal del asesi- no, del asesino vulgar, del más repugnante de los ase- sinos!..

¡Oh, cuánto debió sufrir aquel hombre nacido para tan execrable destino!

—¡Catalina!.. ¡Cataliva!..—exclamó, al encontrarse con ella en su pequeño gabinete de vestir, contemplando, em- belesada, el brillo de los diamantes del último aderezo que su Francisco le comprara!..

¡Cuán ajena estaria de la horrible realidad!..

—¡Prepáratc..., prepara á nuestro hijo—Ja dijo Alzaga, con voz nerviosa y precipitada, —porque tenemos que ha- cer un viaje lejos, muy lejos, inmediatamente!

—¿Qué dices, Francisco?.. ¿Que debemos hacer un viaje lejos, muy lejos, inmediatamente? —repitió ella en un col- mo de asombro interrogante.—No te entiendo.

—SI-añadió Alzaga, —es indispensable... ¡Debemos irnos para no volver jamás!

—Pero...—preguntó Catalina con dudas y sorpresas manifestadas en su rostro—¿qué causa tan tremenda pue- de haber para esa precipitada resolución? ¿Estás loco, Francisco?

—;¡No, Catalina...; mi Catalina, no! ¡Si no lo realizamos hoy, mañana será tarde!

Y Alzaga, haciendo los mayores esfuerzos y con todas las angustias de su alma, le confesó su crimen... ¡De todas maneras tendria que saberlo!

¡Mientras tanto, el semblante de Catalina se demudaba, dirigiéndole miradas que expresaban indignación, odio, desprecio, miedo, terror!

—Conque es verdad—dijo al fin.—¿Conque es verdad lo que me parecia increíble y que todo el mundo asegura- ba?.. ¡Tú, un Alzaga, asesino y ladrón!.. Tú, asesino de un