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Página:Biblioteca de Autores Españoles (Vol. 01).djvu/20

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XII
Vida de Cervantes.

órdenes de Colonna á la jornada de Levante, y bajo las del Generalisimo á la empresa de Navarino. En medio de los brillantes proyectos que para la próxima campaña se concebian, los manejos de la Francia lograron apartar á los venecianos de la liga formidable que iba á anticipar en mas de doscientos cincuenta años la independencia de la Grecia. Así que, desviado el golpe que debia descargar sobre el turco, vino á caer sobre las potencias berberiscas. Pero en vacilaciones y consultas perdióse la mejor estacion, y hasta fines de setiembre 1573 no salió de Palermo la expedicion, que se posesionó del fuerte de la Goleta y de la ciudad de Túnez, donde D. Juan de Austria, harto confiado en la benevolencia de su hermano, soñaba en asentar su codiciada soberanía. De esta expedicion fué parte el tercio de Figueroa, y tal vez CERVÁNTES pertenecia á las cuatro compañías del mismo, que segun la expresion de Vanderhamen[1], hacian temblar la tierra con sus mosquetes. No se hallaba CERVANTES en aquel pais cuando al año siguiente se perdieron Túnez y la Goleta, pues habia pasado á Cerdeña de guarnicion, despues al Genovesado, y de allí á Nápoles y Sicilia, á las órdenes del duque de Sesa, siendo en todas ocasiones un modelo de valor y de subordinacion militar.

A pesar de tantos esfuerzos no mejoraba la suerte de CERVANTES, reducido á la miserable condicion de simple soldado. Ansioso de volver á ver su patria y de obtener algun premio por sus servicios, solicitó su licencia, y la obtuvo desde luego del Sr. D. Juan, quien le proveyó de expresivas cartas de recomendacion para el Rey su hermano, á fin de que se le confiriese alguna compañía; el duque de Sesa escribió tambien encarecidamente en su favor á S. M. y á los ministros. Con tan buen recaudo salió de Nápoles en la galera de España llamada el Sol, en compañía de su hermano Rodrigo, de Pero Diez Carrillo de Quesada, gobernador que fué de la Goleta y despues general de artillería, y de otras personas de cuenta.

Pero tan lisonjeras esperanzas habian de desvanecerse en un momento. Navegaba la galera el Sol la vuelta de las costas de España, cuando en 26 de setiembre de 1575 se encontró rodeada de una escuadrilla de galeotas que mandaba en persona el arnaute Mami, renegado albanes, capitan de la mar de Arjel, que era destino de importancia en aquel reino. Diéronle caza tres de estos bajeles, de los cuales el uno era de veinte y dos bancos al mando del arraez Dalí Mamí, tambien renegado griego, y atacándola con denuedo vinieron al abordaje y la rindieron despues de obstinada é inútil resistencia. La galera fué conducida á Arjel, y lo mismo su tripulacion y pasajeros, á sufrir todos los trabajos y humillaciones de la cautividad.

El ánimo se estremece á la relacion del indigno trato que sufrian los infelices cristianos cuando caian en el poder de hombres tan desalmados, dentro de aquella madriguera de piratas, que con mengua de la Europa y escándalo de la posteridad subsistió todavía por espacio de dos siglos mas con las mismas mañas, amenazando aun despues repetirlas, hasta que enconvino á los intereses políticos de la Francia vengar de tamaño ultraje á la humanidad.

Los cautivos eran adjudicados por tasacion a los participes en el atentado, y estos quedaban dueños absolutos de sus personas, con potestad de vida y muerte, sin que legislacion alguna coartase ni regularizase los derechos del señor sobre su siervo. Destinábanlos á los trabajos mas penosos, los encerraban en baños pestiferos, cargados de cadenas; los vendian y trocaban á su placer, exigian por su rescate cuantiosas sumas, hasta dejar arruinadas á sus familias, y á la menor falta ó desinan los ahorcaban con la mas fria indiferencia, ó les infligian castigos todavía mas atroces. Al mismo tiempo procuraban con halagos, con promesas y con la perspectiva de una holgada fortuna inducirles á renegar de su fe. Por lo demas les permitian el ejercicio de su culto, que llegó á celebrarse con cierta ostentacion. Probablemente (escribia Clemen»cin en 1832) no se hubiera permitido entonces otro tanto á los moros cautivos en España. » Es verdad, y debemos hacer justicia a nuestros mismos enemigos, que a pesar de su barbarie

  1. Vanderhamen, Historia de D. Juan de Austria, lib. 4.