diendo á época mas antigua, novelas se llamarian tambien los preciosos ejemplos morales que el infante D. Juan Manuel nos dejó en su Conde Lucanor. Por lo menos no se podrá negar que mas conviene tal denominacion á estos libros, que al Coloquio de los perros, de nuestro autor, quien en este sentido no estaba en lo cierto. Lo indudable es que CERVANTES dió á la novela una nueva forina y direccion, que no acertaron á conservar y seguir los imitadores que le sucedieron nadie en los tiempos inmediatos supo dar aquel color á los cuadros de costumbres, aquel interes á las acciones privadas, aquella soltura en la narracion, aquella elegancia al lenguaje, aquel contraste y amenidad á los varios incidentes. Con esto logró CERVANTES desarraigar una preocupacion entónces muy comun entre los extranjeros, que reconociendo la rotundidad y grandilocuencia de la lengua castellana, segun el testimonio de Salas Barbadillo, la culpaban de corta y negaban su fertilidad, juzgándola ménos acomodada á los asuntos de mediana entonacion; idea falsa, que se hallaba mas que suficientemente refutada por la superioridad de nuestra comedia con respecto á los ensayos poco felices á que nuestra musa trágica se habia aventurado.
Llamó CERVANTES ejemplares á sus novelas para distinguirlas de las poco edificantes de la escuela del Bocacio, que traducidas de idiomas extranjeros andaban en manos de los aficionados a este género de entretenimiento. Ninguna palabra soltó en ellas de que pueda darse por ofendido el pudor: hasta los requiebros amorosos, dice él mismo, son tan honestos y tan medidos con el discurso cristiano, que no podrán mover á mal pensamiento al descuidado ó cuidadoso que las leyere; pues de otro modo, antes me cortara la mano con que las escribí, que sacarlas al público. Por esta razon sin duda, ó por otros buenos respetos, segun decia, no incluyó en su coleccion la novela de La Tia fingida, que consideraria algo libre y desenvuelta al lado de las demas, aunque segun nuestra opinion particular la inmoralidad no consiste en retratar fielmente los vicios de la sociedad, sino en presentarlos bajo un aspecto amable y seductor que estimule el apetito á la torpeza, en vez de descubrir las malas artes para que se precavan los ménos advertidos, ofreciendo el amargo fruto de las pasiones ó hábitos desordenados, y señalando ya el castigo de la maldad, ya la ignominia de que se cubre ante la pública opinion, ya los consuelos del arrepentimiento y las ventajas de la enmienda. Con arreglo á estos principios La Tia fingida está muy lejos de desmerecer el ser colocada entre las demas novelas ejemplares. Una casualidad la salvó del olvido alguna de las copias que se sacaron hubo de caer en manos del licenciado D. Francisco Porras de la Cámara, prebendado de la santa iglesia de Sevilla, quien la incluyó con otras del mismo CERVANTES en una miscelanea que formó hacia el año de 1606, de varios opúsculos propios y ajenos, por encargo del arzobispo D. Fernando Niño de Guevara, que queria pasar entretenido con esta lectura las siestas de verano en su quinta de Umbrete. Este manuscrito fué á parar en el archivo del colegio de San Hermenegildo de aquella ciudad, pasó luego al colegio Imperial de Madrid, y alli fué encontrado por D. Isidoro Bosarte el Sr. Arrieta sacó una copia de aquella novela, que con algunas mutilaciones publicó en nuestros dias.
La mania de versificar contraida desde los primeros años duraba todavía en CERVANTES. Por aquella época hizo algunas composiciones sobre varios asuntos, y entre ellas una cancion á los éxtasis de Santa Teresa de Jesus, para concurrir á la par de los mas afamados ingenios al certamen que se celebró en Madrid con motivo de la reciente beatificacion de aquella insigne española. Pero la obra poética de mas consideracion fué la que dió á luz á fines de 1614, con el titulo de Viaje al Parnaso. Quiso en ella imitar á César Caporali, natural de Perusa, poeta superior á él en el artificio de la rima, inferior en invencion, y muy parecido tanto en el buen humor como en la mala suerte. Propúsose por objeto hacer, como en el Canto de Callope, el elogio de los poetas españoles que entonces vivian y él reputaba por buenos, y la censura de los que corrompian el gusto y le guiaban por una senda extraviada, recomendando al mismo tiempo como de paso