cia, habian caido en un abismo verdadero de afectacion y de artificio, y como no podia dejar de suceder, las ciencias y las artes habian venido á parar al mismo lastimoso estado de agonía en que se hallaba, herida de una decrepitud precoz y acelerada, la lozana y esplendorosa monarquía de Isabel la Católica, de Carlos V y de Felipe II. La poesía lírica, flor delicada de épocas tranquilas y risueñas, ó centella ardiente de tiempos borrascosos, ¿cómo habia de prosperar en una atmósfera sin luz, sin vida y sin calor? No canta ya los sentimientos, las ideas, los recuerdos y las ilusiones nacionales. Habia quedado reducida á un enredado y monótono laberinto de ridículos conceptos, de narraciones chocarreras, de monstruosas hipérboles, de agudezas sin intencion ni alcance moral, de alambicamientos peregrinos, expresados en frase más peregrina todavía. Hasta la poesía religiosa, que no vive sino con la dignidad del pensamiento, con la sencillez de la expresion, con la magnificencia de las imágenes, se hallaba pervertida y ahogada en aquel raudal de retruécanos y de trivialidades. De ello dan claro testimonio el cúmulo de villancicos chabacanos, y alguna vez indecorosos, que inundaban la nacion entera, y las poesías sagradas familiares de Montoro y de tantos otros, que lastiman la majestad de la religion y la veneracion que se debe á las cosas del cielo.
Las épocas de verdadera grandeza y espontaneidad literaria son raras y efímeras en la historia de todas las naciones. Nuestra alta poesía nacional, esencialmente épica y dramática, pasó con los romanceros y con el opulento y magnífico teatro español del siglo de oro. La musa estrictamente lírica, salvas escasas excepciones, no tuvo nunca, ni áun en sus más brillantes períodos, el sello de la creacion nativa, el brioso y absoluto desembarazo que acompañan siempre á la literatura profundamente original. La antigüedad pagana, Provenza y Cataluña, Italia, Francia en épocas posteriores, asoman, en más ó ménos embozada manera, en casi toda nuestra poesía lírica, y hasta en aquellas composiciones que, inoculado, por decirlo así, el gusto extranjero en el ánimo del poeta, están revestidas de formas tan fáciles y naturales, que parecen á los inadvertidos emanacion genuina del estro castellano.
Si bien con agravantes alteraciones, reinaba cual nunca en las letras españolas el depravado gusto de los conceptistas y de los cultos, que tanto habian contribuido á arraigar en nuestro suelo Ledesma, Gracian, Góngora y otros deliberadamente, y grandes ingenios, como Lope de Vega (1), Calderon y Quevedo, que, al paso que condenaban por reflexion é instinto tales extravíos, se rendian de cuando en cuando, y como á pesar suyo, á la influencia invasora del contagio.
Importante sería para la historia literaria de nuestro país desentrañar las causas más ó ménos visibles é inmediatas de aquel desvío del buen gusto y del recto sentido; desvío que trascendió con seduccion irresistible á la poesía, á la historia, al púlpito, á la sociedad entera.
No cuadra á nuestro especial objeto entrar ámpliamente en este interesante exámen relativo á épocas anteriores. No podemos ménos, sin embargo, de hacer notar cuán mal comprendida fué en las contiendas críticas del siglo XVIII el verdadero origen y la índole peculiar de aquella corrupcion literaria, cuya eficacia dejó en las letras españolas rastros tan profundos, que tal vez duran todavía. Al recordar las ruidosas polémicas sustentadas en Italia acerca del cultismo por Bettinelli, Tiraboschi, los abates Andres y Lampillas, y otros literatos esclarecidos, los hombres de la edad presente nos sorprendemos del fervor exorbitante que se empleaba en tales controversias, á par que de los argumentos, especiosos ó mal asentados, que tomaban el carácter sofistico y los impetus de la pasion.
Errando el camino de la verdadera crítica filosófica, y olvidando la grave y severa sencillez que habian manifestado en felices tiempos los principales escritores españoles, achacaban los italianos á España la corrupcion del buen gusto en las letras europeas, desde la antigüedad (1) Son curiosos documentos, para la inteligencia de esta cuestion, la Censura de Lope de Vega Carpio, impresa en su Filomena (1621), sobre la poesia culta, y Respuesta del Licenciado Diego de Colmenares, de Segovia, 13 de Noviembre de 1624; con la réplica de Lope impresa en La Circe, año de 1624, y la contestacion de aquél, 23 de Abril del mismo año de 1624.