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SANTIAGO CALZADILLA

de reluciente bronce, prendidos con carbón de leña, colocados en el medio de los salones, en donde se quemaban Las pastillas de Lima, que abundaban entonces, preparados asi para reCibir a la alta clase social y politica, en esa gran casa situada en la esquina de Florida y Rivadavia (hoy) N.° 17.

Esta distinguida dama era una personalidad que actuaba en la politica, y sus opiniones eran respetadas y atendidas por aquello que dice: "que lo que la mujer quiere, Dios lo quiere".

La señora Azcuénaga en Buenos Aires, era lo que en Santiago de Chile (y no digo que lo es ahora), porque se sabe que esta en contra de la politica de su yerno... nuero, debi decir, del presidente Balmaceda, la simpatica señora doña Emilia Herrera, digna esposa del señor don Domingo Toro, en sus lujosas recepciones, y en sus paseos a la gran hacienda del Aguila; en donde recibia, sentada en su mesa de trabajo atestada de cartas para contestar, y diarios de todas partes del mundo, a sus relaciones, de Ministros Extranjeros, y hombres de Estado, y de letras.

Es verdad que por la paridad de las razas y origenes, quiza sea que hay en América los mismos usos, tipos y costumbres sociales, y aim familias que se reproducen en Chile y en Lima, con las mismas e idénticas costumbres y con la misma encantadora franqueza de las gentes que han nacido en la opulencia, y que por su educación, por su fortuna o por sus habitos aristocraticos, llevan la voz en la alta sociedad.

Eran las constantes comensales de esta tertulia de confianza de la señora de Azcuénaga, la señora Casamayor de Luca, Remedios Escalada, Carmen Quintilla, Maria Sánehez, Antonia Palacios, y la hermosa señora Mercedes Lasala, soltera, y su hermano don Jerónimo, (soltero también), el Chis-