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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

se fué a Lima, en donde lucio, no solo por su belleza, sino también por su distinguido porte, elegancia y savoir faire; pero volvamos a mi cuento.

Metido Pedro, como se ve, entre ingleses, tuvo amistad y mereció la protección de las casas de Bale Stock, de don Diego Thompson y de don Thomas Duguet, que, tanto para librarse de él cuanto por dar gusto a la familia, le confiaban chucherias para que siguiera ejerciendo su oficio.

Otro oomerciante inglés creyó poder emplearlo provechosamente y le dió a comision la venta de medias y pañuelos. Instado repetidas veces para que cubriera la cuenta de lo que le habia dado a vender, contestaba enfaticamente “que ya le habia pagado con demasia”.

Como esto, a mas de no ser cierto, implicaba una insolencia, el inglés lo demandó ante el Juzgado de Paz, como era entonces de practica.

Llamado a oontestar la demanda, Pedro no negó el hecho; lejos de eso, lo confirmó in absolute. Entonces el juez de la parroquia de la Merced, que lo era el señor don Vicente Peralta (federal neto) ordenó el pago o la devolución inmediata de la mercancia.

Algunas personas, siguiendo la broma, quisieron ir con él y defenderlo, pagando la deuda, pero Pedro se opuso tenazmente, y dijo: Señor Juez, yo nada debo a este hombre; pues habiendo los ingleses robadonos las islas Malvinas, yo me pago con estas medias (y al mismo tiempo, arrollando el pantalón, mostraba, las que llevaba puestas) la parte que me toca de tiera como argentino, y, por consiguiente, repito que nada debo a este inglés, ya demasiadamente pagado por ello.

Aqui cabe bien una consideracién sobre el proverbio “los locos y los niños dicen las verdades”, y la prueba de ello es que Rozas, a quien también