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SANTIAGO CALZADILLA

sección de Argos la primer. que usted nos ofrece. ¡Quién habia de ser sino usted el que nos sacara de este sopor en que vivimos! ¡Gracias, mil gracias, por el regalo! Viera como nos hemos reido, unas cuantas de mi tiempo, leyendo el V capitulo de su libro. Siga adelante, amigo mio. Mire que es delicioso lo que Vd. nos viene a recordar! Yo, por tradición de familia, sigo viviendo en el barrio del sud, y ayer reuni a unas cuantas amigas y amigos (entre ellos estaba Tobal), y yo, calándome las gafas, me puse a leer en rueda. Creiamos morirnos de risa,y hubiera usted visto a Tobal hacérsele "agua la boca", cuando llegué a aquello de las masitas del puente de las beatitas! Y agregó Tobal: — ¡Qué se van a comparar las empanadas de ahora con las de entonces! Y a propósito de empanadas nos conto un cuento muy gracioso. Dice que él, una mañana muy temprano se dirigió como de costumbre a la iglesia de San Francisco, cargado de rosarios, de devocionarios, escapularios, en fin hecho un santo, y que estando él entregado a oraciones vino a hincársele al lado el mulato Pastor, sirviente criado en su casa, y que golpeándose el pecho le dijo bajando la cabeza con aire contrito: -Manda decir D. G. que donde se venden las empanadas que le dijo. —Calla, muchacho, dijo Tobal, golpeándose también el pecho, a1 mismo tiempo que hacia pasar las cuentas de su rosario; ¡no me tientes, por Dios! Pero el mulato impertérrito, seguia diciendo: —Dice que le mande decir donde... — ¡No me tientes, te digo! ¡Ave Maria, gratia, plena! ... en la calle de... núm... frente a..., casi en la esquina... una puerta pintada de... ¡Vete, demonio...! — Amén... , ¡Que, se, rió con el cuento de Tobal! El caso es que todo el dia de ayer lo pasé leyendo al auditorio, renovado a cada momento, porque yo como me eduqué con la de Patiño Y conclui mis estudios con las de Guerra, soy la lectora de la casa, y no digo qué más soy... porque usted lo va a contar. Mas tarde fueron llegando otras del barrio, y una de esas que tienen al dedillo todos los nombres y cuentos de aquellos tiempos, decia llorando de risa: ¡Si vieran Santiago y Gregorio! ¡Qué nombres aquellos!: María Mandevilie, Lucia Riera, las de Agüero, Sarratea, Beláustegui; en fin, ¡qué mundo aquel, qué tiempos dichosos en que no habia ni polvos de riz ni veloutine! ¡y aquellos tipos inmortales! Bartolito Muñoz, Tartás, el maestro Rogue! Recuerdo que mi madre contaba que Roque enseñaba, a tocar el piano y a cantar sin co-