Página:Camana pedagogia social.djvu/115

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Tanta resolución y tanta confianza animaron a la sociedad a probar, a condición de expulsar a todos los varones en cuanto se produjera la más leve inconveniencia. Cundió rápidamente la noticia de esta audaz determinación y, antes de 24 horas, las madres atemorizadas habían retirado sus niñas excepto unas pocas. La maestra no se desalentó por ello. Recibió a los nuevos alumnos, sentó a cada uno al lado de una niña, en mesa-bancos hechos para dos personas y empezó a dar lecciones sin hacer la menor prevención. Según lo acordado, dos miembros de la sociedad fueron ese día a enterarse del estado de la escuela: Profundo silencio, orden ejemplar, ninguna novedad. La visita se repitió al día siguiente, al otro, en varios días más: el mismo orden. Un día se encontró la comisión con una novedad: En un pizarrón vió una raya trazada a tiza que denunciaba una falta. La maestra expuso que uno de los varones había dicho algo a su compañera durante la lección. Era hora de salida. Fuéronse varios. Llegó el turno de uno de los varones; la maestra lo despide como a los demás; él se pone de pie pero no marcha; está cabizbajo. La maestra le pide explicación; él se le acerca humildemente y le suplica que le borre la falta. —¿Quién le había dicho que era suya? Nadie. Él se lo presumía porque en el momento de señalarla conversaba. —¿Qué? —Pedía un lápiz a su compañera porque se había despuntado el suyo. La maestra desaprueba el hecho y resiste el pedido; él lo repite una, dos y tres