Retirada la clase de aplicación, en unos minutos, se señalaban errores o excelencias, dejando la, crítica detallada para unos días después.
Ese estar alerta, ese criticamos a nosotros mismos, a nuestros compañeros, a los autores consultados, a nuestros profesores, a miss Mary, ella lo exigía no bien notaba un error involuntario, esa gimnasia intelectual y moral continua, desarrollaba, minuto por minuto, nuestras verdaderas aptitudes. Así se educa.
No he hallado, ni hallaré en mi vida — una vida humana, es muy corta para eso — otra encarnación de "la maestra", otro genio pedagógico.
Lo exacto, lo personal, lo individual, lo que creyéramos verdadero — y eso tan sólo — era lo que "la Maestra" — ¡cuánto honra ese titulo! — exigía.
Los sábados, en alegre bandada, íbamos, con ella y con nuestros profesores, al bosque, a correr, a jugar, a sestear sobre el pasto, a herborizar, a reír, a conocernos, a amarnos mutuamente.
Hacíamos comiditas deliciosas aprovechando lo preparado por nosotras mismas en la clase de economía doméstica, del viernes a la tarde.
Los días de fiesta, cuando el tiempo favorecía, nos llevaba al puerto, a la Ensenada, a la isla Santiago. El subprefecto de entonces — un Sarmiento, y basta — ponía a nuestra disposición buquecitos, nos obsequiaba con un espléndido lunch, hasta nos acompañaba, a veces.