Página:Cantico de Navidad.djvu/135

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las rodillas, y landando una mirada de desafío á los otros dos concurrentes.

—Bueno. ¿Qué tenemos? ¿Qué hay señora Dilber? dijo encarándose con la otra. Todas tenemos el derecho de pensar en nosotros mismos. ¿Ha hecho otra cosa él durante su vida?

—En verdad, dio la lavandera: ninguno tanto como él.

—Pues bueno: entonces no teneis necesidad de estaros ahí, abriendo de tal modo los ojos, como si os dominara el miedo; somos lobos de una camada.

—De seguro, exclamaron la Dilber, y el saltatumbas: en ese convencimiento estamos.

—Pues no hay más que decir: estamos como queremos. No hay que buscar tres piés al gato. Y luego ¡vaya un mal! ¿A quién se le causa perjuicio con esas fruslerías? De seguro que no es al muerto.

—¡Oh, en verdad que no! dijo riéndose la Dilber.

—Si queria guardarlos ese tio roñoso para despues de su fallecimiento, continuó la mujer, ¿por qué no ha hecho como los demás? No necesitaba más que haber llamada á una enfermera para que lo cuidase, en vez de morirse en un rincon abandonado como un perro.

—Es la pura verdad, ratificó la Dilber: tiene lo que merece.

—Hubiera querido que el lance no le sa-