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—¡Ah! ¡borrachona infame! gritó la patrona, viniéndose sobre Anita; yo te voy á enseñar á armar barullo, ¡grandísima puerca!

Y la tomó de un brazo, tratando de llevarla adentro.

—¡La puerca y la borracha y la cochina es usted! gritó Anita livida de corage y forcejeando para arrancarse de las manos de doña Emilia.

¿Qué, se figura la sinvergüenza que á mí me vá á quitar mi amante?

Le he de romper el alma á botellazos y le he de arrancar los ojos.

Mi amante no es para que nadie lo manosee en mis narices, como si yo fuera un cajon de basura.

¿Y por quién? por una vieja borrachona y ridícula que no tiene mas atractivo que la plata!

¡Já, já, já, já!

Y soltó una carcajada nerviosa.

El bochinche estaba armado.

Las otras muchachas lo contemplaban muertas de risa y daban la razon á Anita, añadiendo otros insultos á los que esta lanzaba á doña Emilia.

Algunas personas que pasaban se habian detenido sonrientes al contemplar la grotesca escena.

Lanza, comprendiendo que el casino se iba á llenar de gente que aumentaria las proporciones del escándalo, se fué á la puerta y la cerró rápidamente, volviendo al interior para tratar de apaciguar á Anita que era la mas exaltada y que no cesaba en sus insultos.

—Es mi amante, perra vieja, le decia, y yo tengo sobre él los derechos que dán el cariño, la juventud y la hermosura.

No quiero que ninguna vieja asquerosa se limpie en él la trompa, y en mis narices, como si yo fuera una perdida capaz de soportar esto.

—¡A la cama, bribona, á la cama! gritaba doña Emilia fuera de sí; ¡á la cama, maldita! y tironeaba á Anita pretendiendo arrastrarla á su cuarto.

Y las dos forcejeaban y tambaleaban sin salir de la sala.

—¡Ayúdame Carlos, ayúdame! gritó doña Emilia, sintiendo que la jóven la vencia.

—¡Toma, Carlos! ¡toma, ayúdame! gritó á su vez Anita, y empezó á sacudir á doña Emilia un diluvio de puñetazos y arañazos, que esta por su parte empezó á devolver réciamente.

El escándalo se habia convertido en una verdadera batalla.

Aturdido y desesperado Lanza, acudió á separarlas, agarrando fuertemente á Anita para que no siguiera sacudiendo á doña Emilia.

Y esta que se vió tan eficazmente ayudada, se prendió de los cabellos de la jóven, como indio que loncotea.

—¡Estate quieta, le decia Lanza miéntras la contenia, estate quieta, por Dios, que vá á venir la Policía!

—¡Déjame, que me mata! gritaba Anita, ¡déjame, que me despedaza!