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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

loso, liviano y deshonesto; y arrepentido de su entretenimiento pasado, le confiesa su culpa y la razon de su enojo y de su ira:

Illa quidem justa est, nec me meruisse negabo:
Non adeo nostro fugit ab ore pudor.

No puedo, César, negarte
Que el castigo que he tenido,
Le tiene bien merecido
Mi liviano injenio y arte.
Avergonzado por parte
Me tiene el conocimiento:
Sirva mi arrepentimiento
De en tu justicia templarte.

Yo os prometo (le dice) que no puedo negaros que estoi corrido y avergonzado, y que el castigo que me habeis dado, ha sido justo y conveniente; porque el que coje la pluma en la mano para cosas livianas, deshonestas y fabulosas, tiene bien merecido su castigo.

¡O cómo se deben echar ménos aquellos antiguos tiempos, cuando los escritos ociosos, fantásticos, quiméricos y fabulosos hallaban príncipes superiores que los sepultaban, y con severidad majestuosa castigaban a sus dueños, y las verdades las colocaban en su merecido asiento! Hoi acontece tan al contrario, que tengo por sin duda que por verdadero que quiera el historiador dejar en memoria lo sucedido, le ha de sobrar el temor y acobardarle el recelo de verse por la verdad aniquilado y abatido. De una respuesta que Cristo, Señor nuestro, dió a los cortesanos del cielo cuando subió triunfante a sus celestiales alcázares, sacarémos la prueba de lo que habemos dicho. Preguntáronle con gran cuidado (despues de haber manifestado quien era), que por qué causa venia tan lastimado y con las vestiduras teñidas y ensangrentadas; a que responde a nuestro intento escojidamente: yo soi el que digo la verdad y no puedo ocultarla. Con que nos dió a entender, que el decir verdades tra e vinculadas en sí las heridas, la sangre y el abatimiento, y aun la muerte; pues no se puede ya vivir en estos tiempos sin la mentira y la adulacion, por estar tan admitida entre los príncipes y señores de estos nuestros desdichados siglos. ¡Cuán a la contra de lo que nos enseña la divina norma de Cristo, Señor nuestro, como maestro tan celestial, a quien debian imitar y seguir todos los príncipes cristianos y señores poderosos! Y porque no se me pase en blanco lo que a la memoria en la ocasion presente se ha ofrecido acerca de los aduladores lisonjeros, referire lo que nos cuenta el glorioso coronista San Mateo.

Llegaron un día los discípulos de los fariseos a preguntar a Cristo, nuestro bien, si seria lícito dar el tributo al César, o no, con palabras amorosas, de grande respeto y estimacion, diciéndole: maestro, nosotros sabemos y tenemos por cierto que sois verdadero doctor, y que enseñais el camino de Dios en la verdad y justicia, y que no atendeis a respectos humanos para dejar de decir lo que es conveniente y justo. ¿Qué pala-