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HISTORIADORES DE CHILE.

bras pudieran decir mas amorosas, mas corteses y verdaderas que las repetidas, si se hubiesen pronunciado sin la malicia y dañada intencion que traian de adularle y de mentirle? pues, aunque le llamaban maestro y doctor, excusaban ser sus discípulos, nombrándole verdadero, y no daban crédito a sus razones; decíanle que enseñaba el camino de la verdad y el de la justicia, y huian de andar por él: finalmente, su pretension no se encaminaba a otra cosa que a sacar de su respuesta alguna palabra con que calumniarle, juzgando que con la adulacion y mentira tendrian para su intento mui de par en par las puertas. A cuyas razones les responde Cristo: ¿por qué me tentais, hipócritas, embusteros, aduladores? Pues digo yo ahora y pregunto: ¿Señor, sufrido, manso y agradable, palabras tan ásperas y de tanto vituperio respondeis con enojo a las que os han dicho tan amorosas, tan verdaderas y corteses, cuando en otra ocasion sabemos que respondísteis humilde, placentero y con agrado, habiéndoos vituperado con palabras afrentosas de embustero y de endemoniado? solo pronunciaron vuestros lábios: yo no tengo en mí al demonio. Pues, ¿cómo con estos, cortesanos en el lenguaje, y en sus palabras halagüeños, os mostrais tan riguroso, tan airado y desabrido? La respuesta que nos dará nuestro divino maestro, será la que yo he pensado, a mi corto entender, para cuya intelijencia me pareció advertir la nota que hizo el cardenal Toledo en las dos veces que echó Cristo, Señor nuestro, del templo a los que trataban de comprar y vender en él: la primera refiere San Juan en el capítulo segundo, y San Mateo la segunda, en cuya ocasion solamente los reprehende con palabras ásperas y rigurosas, habiendo en la primera castigádolos con azotes; y dice nuestro citado cardenal, que fué mas áspero y sensible el segundo castigo de palabras que el de los azotes, siendo así que cualquiera juzgara ser al contrario; con que nos da a entender nuestro ilustre cardenal no haber castigo mas penoso ni de mayor tormento que el de palabras desabridas y afrentosas, para los que se precian de presuntuosos y graves: a cuya causa al delito reiterado se le aplica el remedio mas eficaz para la cura. Pues a nuestro intento preguntemos ahora, que por qué Cristo, bien nuestro, a los que le alaban y reverencian con corteses y amorosas palabras, los castiga con las que les dice tan desabridas, rigurosas y ásperas, llamándolos de hipócritas y embusteros, y a los otros blasfemos y maldicientes responde mansamente y con amor? A que respondo, que lo que juzgo y puedo alcanzar de estas dos repuestas es, que nuestro divino maestro quiso dotrinarnos y dar a entender, que es mas conveniente y necesario sufrir y disimular la ofensa y el vituperio de un maldiciente mordaz, acostumbrado al ejercicio de su mala lengua, que la alabanza y adulacion de un hipócrita embustero, que en presencia del alabado dice lo que no siente, y en ausencia juzga mas de lo que alcanza; y como a delito tan de mayor marca, le da el castigo en esta ocasion conforme a sus merecimientos, aplicándole rigurosamente a sus cautelosas alabanzas.

¡Cuántos ministros consejeros de esta calidad y porte pudiéramos se-