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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

otra ocasion advertido que llaman hueyes, que en nuestro vulgar son nefandos, y de los que entre ellos se tienen por viles, por acomodarse al oficio de mujeres (que mas latamente he manifestado en otro capítulo); traia en lugar de calzones un puno, que es una mantichuela que traen por delante de la cintura para abajo, al modo de las indias, y unas camisetas largas encima; traia el cabello largo, siendo así que todos los demas andan tresados [sic], las uñas tenia tan disformes, que parecian cucharas; feísimo de rostro, y en el un ojo una nube que le comprehendia todo; mui pequeño de cuerpo, algo espaldudo, y rengo de una pierna, que solo mirarle causaba horror y espanto: con que daba a entender sus viles ejercicios. Llegóse la hora de el comer, y lo primero, como se acostumbra entre ellos, le pusieron delante un cántaro de chicha, de que fué brindando a los demas despues de haber bebido, y en medio de esto fueron sacando de comer; y teniéndome el cacique a su lado, me decia: de esto comen en tu tierra, y no lo extrañarás, habiéndome puesto delante un guisado mui bien hecho de ave, con muchos huevos el caldo, finalmente una cazuela bien dispuesta y sazonada, que entre nosotros, las cocineras no pudieran aventajarla; y esto fué despues de haber comido un buen asado de cordero, longaniza, morcilla y tocino, que es sabroso manjar en el invierno y con el frio, tortillas a modo de pan, papas con mucha pepitoria de ají, zapallos y made, y otros guisados a su usanza. Acabamos de comer y tratamos de ir al rancho a curar al enfermo: esto era ya sobre tarde, y en el ínterin que fueron por algunos adherentes de ramos de canelo, por un carnero, cántaros y ollas, fué acercándose la noche, con la cual se juntaron las indias y los indios vecinos, parientes y parientas del enfermo. Llegó la hora de que fuésemos todos al rancho del enfermo, que por no dejarme solo, me llevó el cacique en su compañía, habiendo preguntado al curandero mache si estorbaria mi asistencia a sus ceremonias y encantos, a que respondió que no, que bien podia asistir en un rincon de la casa. Entramos ya de noche al sacrificio de el carnero, que ofrecian al demonio; tenian en medio muchas luces, y en un rincon del rancho al enfermo, entre clara y obscura aquella parte, rodeado de muchas indias con sus tamborilejos pequeños, cantando una lastimosa y triste tonada con las voces mui delicadas;; y los indios no cantaban porque sus voces gruesas debian de ser contrarias al encanto. Estaba cerca de la cabecera del enfermo un carnero hado de piés y manos, y entre unas ramas frondosas de laureles tenian puesto un ramo de canelo de buen porte, del cual pendia un tamboril mediano, y sobre un banco grande a modo de mesa una qui ta de tabaco encendida, de la cual a ratos sacaba él humo de ella, y esparcia por entre las ramas y por adonde el doliente y la música asistia. A todo esto las indias cantaban lastimosamente, y yo, con el muchacho mi camarada, en un rincon algo obscuro, de adonde con toda atencion estuve a todas las ceremonias del hechicero. Los indios y el cacique estaban en medio de la casa asentados en rueda,