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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

yo le dijiese, y de seguir mi dotrina; con que le hice bajar la cabeza, preguntándole cómo queria llamarse, habiéndole nombrado algunos santos, y advirtiéndole que era víspera del gran patriarca San Ignacio de Loyola, le dije, que pues le habia cabido por suerte baptizarse en tal dia, que se llamase Ignacio, porque era mañana su dia, que fué esto a los treinta de julio. Sea, pues, así, me respondió el muchacho, habiéndome preguntado si era su dia el que se seguia; a que le respondí que por esa causa le habia dicho se pusiese aquel nombre. Pues llamaréme Ignacio, dijo mui alegre, que me ha causado mucho gusto el saber que es mañana su dia: bajó la cabeza como se lo habia ordenado, y cojiendo el cántaro de agua en la mano, le bauptizé en el nombre del Padre y del Hijo y del Spíritu Santo, bañándole la cabeza con el agua. Y despues hizo una accion el muchacho que me dejó admirado, que fué llegar humillándose a abrazarme luego que se sacudió la cabeza, agradeciéndome la accion que con él habia ejecutado: muestras patentes de su dócil natural y bien inclinado corazon. Llamé sucesivamente a mis antiguos y primeros compañeros y los hice recitar las oraciones, que les habia enseñado el Paternoster y el Ave María, que los repitieron mui bien, y los baptizé poniendo al uno Diego, por haber pocos dias que habia pasado el del Señor Santiago, y al otro Francisco, porque dijo que habia de tener mi nombre. A los demas chicuelos fuí echando el agua de la mesma suerte que a los otros; llegáronse tambien los muchachones casados con sus mujeres, con quienes no hice mas que la ceremonia, sin intencion de baptizarlos, porque juzgué no lo hacian mas que por tener nombres de españoles, y que era imposible poderles quitar el tener tres o cuatro y mas mujeres, segun su costumbre, y no ser capaces de la dotrina y enseñanza que los chicuelos, que ponian todo su cuidado en atender a mis razones y en admitir con gusto lo que les decia. Acabamos con esta fiesta, que fué de sumo gusto para el cacique y no de menor consuelo para mi amo Maulican; con esto se volvieron a las espaldas del rancho, adonde llevaron los tapetes o las esteras, en que se asentaron. Fuéronse los viejos adelante y quedamos los muchachos y yo en nuestro cercado, abrazándonos los unos a los otros y platicando amorosamente; mis antiguos compañeros me decian, que se hallaban mui solos sin mi compañía, y que su abuelo el viejo sentia mi ausencia con extremo. En estas y otras razones ocupados nos hallábamos, cuando nos llamó el cacique para que fuésemos a comer a donde él y mi amo estaban a la resolana, conversando y dando fin a un cántaro de chicha, que por principio les habian traido; asentámonos con ellos a tiempo que traian de comer lo primero, tres o cuatro asadores de gallinas, corderos, longanizas, morcillas y tocino, y en tres o cuatro platos muchas papas cocidas, con sus pepitorias de zapallos y ají, y algunas tortillas gruesas que hacen a modo de pan. Comimos spléndidamente de lo dicho y de otros guisados de ave y baitucanes de carne a su usanza, y sacaron tres cántaros grandes de chicha,