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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

ver al nuevo cristiano tan aflijido y apurado, y hablar algunos disparates, levantándose de la cama a ratos y tirando a los rincones lo que topaba, que fué necesario tenerle por fuerza echado: congojéme con notable sentimiento de ver a mi amigo y compañero de la suerte referida, y de considerar el cuidado y disgusto con que se hallaban su padre, madre y parientes, juzgando que atribuirian a mi dotrina y enseñanza sus achaques. Flutuando entre estos pensamientos mi discurso, manifestó el alma por los ojos su congoja, y estando de las manos del enfermo asido, se las regué con lágrimas salidas de lo mas íntimo del alma: estúvome mirando de hito en hito un buen rato, y al cabo dél cerró los ojos y se quedó dormido, habiendo estado una noche y un dia sin sosegar un punto ni comer bocado; y yo de la propia suerte fuí de su ayuno compañero, y de sus achaques el mas participante. Dejémosle dormir (dijo el cacique), y a la madre le ordenó le pusiese unas yerbas en las sienes para templar el ardor vigoroso de la calentura: hiciéronlo así, y miéntras dormia, me llamó el cacique y me consoló grandemente con decirme: capitan, no lloreis de esa suerte, que me das mas pesar con el que muestras, que el que me causa la enfermedad de mi hijo, que ya es cristiano y se irá al cielo, como decis, si se muriere. Mui gran consuelo me has dado (respondí al cacique) con haberte escuchado esas razones tan de cristiano como de tujeneroso y noble pecho. Este muchacho nació para el cielo, y el accidente que le ha sobrevenido tan de repente y con tanto aprieto, no es para que vuelva en sí ni viva entre nosotros, porque no he visto en toda mi vida tal inclinacion a las oraciones y al conocimiento de Dios N. S., como el que este anjelito muestra, con luz sobrenatural ilustrado; y así te puedes tener por dichoso que sin llegar a tener conocimiento de las cosas de este mundo, se vaya a gozar de la eterna gloria y a tener debajo de sus piés al sol, a la luna y a las estrellas, y a tener por sitio y asiento esos cristalinos cielos. La muerte es natural, todos habemos de morir, y lo que debemos desear, es una vida quieta, honesta y ajustada a la razon, con observancia de nuestra lei, como lo deseaba este muchacho, que así será la muerte al igual de la vida y no parecerá penosa ni terrible, como la juzgan los malos, que estan acostumbrados a derramar sangre inocente, a envidiar felicidades y ajenas medras, a ejecutar traiciones y disimular maldades los que pueden remediarlas. La muerte toda es una, ninguno la desacredite, que conforme la conciencia de cada uno tiene los efectos: al malo le parece agria, horrible y desabrida, al justo dulce y deleitable, porque el alma de los justos está en las manos de Dios, con que se libra de los tormentos de la muerte. Dijo todo esto al intento escojidamente San Ambrosio. Así puedes estar cierto, que segun la inclinacion de tu hijo, su natural dócil y su afecto al conocimiento de la verdad, que es Dios, ha de serle la muerte gustosa y de gran consuelo. Pues, ¿por qué lloras tanto, me replicó el cacique, pues tienes por cierto el descanso y alivio de su alma? Decis mui bien, dije al cacique Luancura; pero habeis de considerar y entender que es una cosa el spíritu, que es el alma, y otra el cuer-