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HISTORIADORES DE CHILE.

po, que es la carne: esta es opuesta al espíritu, y lo que ella apetece y abraza, es contrario al otro, como lo enseñó San Pablo; y así mi espíritu o el alma se consuela y regocija con la contemplacion del gozo que ha de tener el alma de mi amigo en la eterna gloria, y la carne o el cuerpo muestra el pesar con que queda sin la compañía del que ama, que son efectos inexcusables de la carne por ser natural en ella estas pasiones. Pues teneis razon, capitan, me respondió el cacique, que por una parte, parece que interiormente me hallo consolado y con gusto con las razones que me habeis dicho, y por otra parte, no dejo de sentir y lastimarme juzgándome sin la presencia y compañía de mi hijo; mas como vos decis y es cierto, que todos somos mortales, como nos lo muestra la experiencia con la muerte de tantos que cada dia vemos desamparar los cuerpos sus spíritus, y estos dicen los pasados y aun los presentes ancianos que no mueren, sino es que van tras de esas nevadas cordilleras a comer papas, o allende del mar, como sienten otros, tengo por mas verdadero lo que los españoles dicen, que los que tienen buen natural y han obrado segun las leyes de razon y de justicia y estan baptizados, van a ser cortesanos de los cielos, y los mal inclinados, sin fee, sin lei, ni razon, ni agua del baptismo, a ocupar los lóbregos lugares y a los calabozos del infierno se encaminan. Y esto es lo que me parece mas ajustado y conforme al natural discurso; y pues yo estoi satisfecho de lo que decis y de vuestra doctrina y enseñanza, por vuestra vida que no os aflijais, ni os desconsoleis de esa manera, que casi vengo a sentir mas vuestros pesares y lágrimas, que el achaque peligroso de mi hijo. Venid acá conmigo, que há dos dias que no os veo comer bocado (me dijo el cacique), y confortaréis el estómago mientras reposa mi hijo. Arriméme al fogon, adonde se habia asentado el cacique, a quien rendí las gracias por los favores que me hacia, diciéndole, que solo me podia servir de consuelo en el trabajo de su hijo y de mi amado compañero, haberle oido sus discretas razones, mui conformes a quien era y ajustadas a la lei divina; con que me alenté a comer un bocado de cordero y otras cosas que nos pusieron delante las mujeres del cacique, con un buen cántaro de chicha; que habiendo dejado reposando a nuestro enfermo, despues de haber comido y bebido se quedó nuestro huésped al amor del fuego medio dormitando.

CAPITULO XXVI.

En que se trata de algunos remedios que se le aplicaron al enfermo, y de algunas exhortaciones que le hice para intelijencia de las palabras del Credo que sabia. Dentro de breve rato despertó el enfermo quejándose dolorido y llamándome cuidadoso, a cuyas voces acudí al instante con deseo de saber cómo se hallaba, y al punto que me vió, con notables ansias me pidió una cruz pequeña de madera curiosamente obrada, que traia de ordinario conmigo pendiente al cuello, y habiéndosela puesto en las manos, la besó, como lo hacia otras veces cuando rezábamos. Consoléme grandemente