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HISTORIADORES DE CHILE.

su enseñanza y doctrina, a que estaba bastantemente reconocido, por estar fundada nuestra amistad en lo justo y honesto, y encaminada al bien de su alma, como lo amonestó San Agustin a un amigo suyo, diciendo: no es buena la amistad si entre los que se te allegan, no la aunas ni la incorporas con la caridad y amor de Dios. H Luego que bebió el bebedizo que su madre le trajo, se le recrecieron unos dolores de estómago y del vientre al enfermo, que dando vueltas amenudo estuvo mui buen rato, quejándose lastimosamente, que nos causó gran dolor y lástima, y en medio de sus aflicciones se nos quedó desmayado, o muerto por mejor decir, con un sudor frio que le cubrió todo el cuerpo. Lamentóse la madre con descompuestas razones y desmedidos llantos, a que acudió el cacique, su padre del enfermo, y aunque se enterneció de vernos a todos los circunstantes aflijidos y con lastimosas voces manifestando nuestro pesar y sentimiento, ántes nos sirvieron de consuelo su valor, su prudencia y sus razones, pues dijo, que de qué nos aflijíamos y por qué llorábamos tan desmedidamente, siendo el morir natural en los vivientes; que ántes era de envidiar la muerte que tenia su hijo, porque sin conocimiento de las cosas de esta vida ni humanos deleites, los dejaba y apartaba de ellos: y dijo este jentil escojidamente, porque el que vive bien sin conocimiento de lo malo, no tiene que temer la muerte, como lo notó San Ambrosio. El temor que causa la muerte (dice este santo), no es por la muerte, sino es por la vida, que conforme es ella así es la muerte, y no tenemos que temerla si nuestra vida no cometió cosa alguna que pudiera causarle temor y espanto. Así juzgaba yo aquel muchacho de buen natural, aca bado de baptizar, sin vicio ni resabio alguno, inclinado a rezar las oraciones y al verdadero conocimiento de nuestro Dios y Señor, que no le seria la muerte desabrida ni molesta. Quedósenos (como he dicho) sin sentido, acezando y sudando, con que todo el dia y la noche estuvo de aquella suerte, abriendo a ratos los ojos; y al cuarto del alba, o al salir el sol, levantó la cabeza y me llamó mui alegre, diciendo: irad, capitan, la señora tan con su hijo en los brazo y tantos. pajaritos blancos que estan volando por cima, y un hombre vestido de negro, blanco hasta la cabeza, hincado de rodillas: ¿no los veis? y señalaba al techo de la casa. Díjele que ya los veia, que se animase mucho con tan buena vista. Volvió a decirme: ¿no veis cómo llueve, amigo? cómo una escarchita blanca está cayendo mui menuda? Alegráronse todos de oir hablar al muchacho de aquella suerte y con tantos alientos, juzgando que se hallaba mejor con las yerbas que habia bebido; y en medio de estas palabras, dió principió al Ave María, diciéndome que le ayudase, mirando con grande atencion al techo, y desmayando la voz. A los últimos fines de la oracion le dió un fuerte hipo, y acabando con aquellas palabras que dicen: rogad por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, expiró con tres boqueadas, y en ellas el nombre de Jesus y María, ayudándole yo con todo afecto. Fué a gozar de la eterna gloria, segun nuestra fee católica, pues a los seis