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HISTORIADORES DE CHILE.

CAPITULO II. En que se da principio al festejo, y de como, para verme mas a su salvo toda la muchedumbre del concurso, me pidieron encarecidamente subiese al último andamio y mas alto, adonde estaban todos bailando, y de otras cosas que sucedieron, fundadas en mi agasajo. da deritug v Asentáronse todos a la vista de los que estaban cantando y bailando en las gradas y escaleras del andamio. Tenian por delante los seis tinajones referidos; y levantóse el cacique con un criado, y fuélos repartiendo a los recien venidos; principiando por Maulican y su padre, acabó por los demas caciques, habiendo hecho traer a una hija suya otro cántaro moderado para mí, de chicha de frutillas, que es la que tiene el primer lugar en sus bebidas, con el cual me brindó amorosamente. Tras de esto fueron trayendo tantos platos de diferentes viandas, guisados de ave, de pescado y de mariscos, con diversos asadores de corderos, perdices y terneras, que solo con la vista podian satisfacer al mas hambriento; a esto se allegaban otros contínuos bríndises de otros particulares caciques, que los mas venian a mí encaminados por conocer y mirar despacio al hijo de Alvaro. Fuéronse agregando tantos indios y muchachos, indias, mocetonas y chicuelas con pretexto de brindarnos, que apénas podíamos rodearnos en nuestro sitio. El cacique Huirumanque, advertido de otros que le asistian, dijo a Maulican que me rogase, que subiese arriba a la grada mas alta del andamio, adonde estaba el comun de la plebe bailando y cantando en altas voces, para que de abajo me divisasen todos mas a gusto, porque lo deseaban en extremo. Respondió mi amo, que él era dueño de todo, y que me hablase a mí para el efecto: llegó el cacique y otros cuatro de ellos a donde yo estaba con mis compañeros y el viejo Llancareu, repartiendo la chicha que nos habian traido, y con amorosas razones y corteses súplicas me pidió que le hiciese favor de subir a la última grada del andamio, para que puesto en alto, fuese mas bien mirado de las ilchas y malguenes, como si dijiese de las damas, que como a muchacho sin pelo de barba, se inclinaban a verme con agrado. Vamos mui en hora buena (respondí al cacique), si mi amo tiene gusto de eso. En el vuestro lo ha dejado, me repitió el cacique, que ya lo tengo hablado para el caso. Con esto fuimos entrando por medio de aquella muchedumbre de cantores y cantoras, que estaban bailando al pié de los andamios, y luego que me divisaron, llegaron todos a darme muchos marimaris, que son salutaciones entre ellos, y en particular se arrimó a mí una mocetona, no de mal arte, a brindarme con un jarro de chicha extremada. Dijome el cacique y los demas que iban en mi compañía, que recibiese el favor de aquella dama, que como suelta y libre podia arrimarse a quien le diese gusto; que la pagase el amor que me mostraba, con igual correspondencia, haciendo oficio de tercero él y los demas, diciendo a la moza que tenia buen gusto. Traia en la cabeza esta muchacha una mañagua, que llaman entre ellos, que es