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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

un hocico de zorra desollado, abierta la boca manifestando los dientes y colmillos, y las orejas mui tiesas y levantadas para arriba, cubierta a trechos de muchas hancas y chaquiras de diferentes colores mui bien adornadas, que en tales festejos las tienen por gran gala las que entran a bailar entre las demas mozas. Yo traia puesto un sombrerillo viejo, y díjole al cacique la muchacha, que habia de bailar conmigo de las manos asida, como lo acostumbran, y que me pusiese aquella mañagua en la cabeza; díjola el cacique: deja que suba primero a lo alto de las gradas para que lo miren todos y lo vean, que para eso lo traemos aquí. -Pues ponedle esta zorrita en la cabeza, para que me la dé despues cuando se baje. Cojió el cacique la zorra o la mañagua, quitándosela a la moza, y díjome el cacique: capitan, ponte esta prenda de esta ilcha y estima el favor que te hace, que no le hace a todos. De mui buena gana, por cierto, respondí al cacique alegre y placentero, que por obedecerte haré todo lo que me mandares, y corresponderé con buenas cortesías a la voluntad y amor que me muestra esa hermosa dama; que alentada de diferentes licores, habia perdido el honesto velo que acompaña a las mujeres cuerdas, que arrojadiza es la mujer perturbada del juicio, que su maldad y torpe apetito no puede disimularlo, como lo dijo el Eclesiástico; y Ovidio manifestó cuán torpe cosa era y fea la mujer bebida y empapada en vino, y Epidoro expresó estas palabras: mas quiero acabar la vida a manos de la sed, que padecer calumnias de embriagado; por lo cual los antiguos romanos prohibieron el vino a las mujeres, como lo refiere Valerio Máximo, y da las causas. Púseme en la cabeza la venérea insignia, y el sombrero entregué a uno de los muchachos mis compañeros (que nunca me dejaron de la mano), para que le tuviese en tanto que volvia a su dueño la mañagua. Luego que me la vieron puesta, fué tanto el gusto que les causó a todas las circunstantes mocetonas, que con otras insignias semejantes estaban dando vuelta en el baile, que se llegaron a mirarme mui despacio, diciendo las unas a las otras: ¡qué bien le está la zorrita al capitan! y la que me la dió, con encarecimiento me dijo que me asentaba bien su mañagua, que en bajando de arriba habia de bailar con ella de la mano. En esto me puso el cacique en la primera grada, que estaria del suelo una vara, y habia sobre ella otras cinco gradas, a distancia de tres cuartas poco mas o ménos las unas de las otras. Fueron dándome la mano con notable gusto los que estaban bailando encima de ellas, hasta llegar a la última y la mas alta, adonde me pusieron dos galanes mocetones en medio, y con grande agrado me saludaron corteses, y me rogaron que cantase con ellos y bailase; a que les respondí, que no sabia, ni podria aprender aunque quisiese, porque como cautivo me faltaba lo principal, que era el gusto: y esto fué mostrándome algo aflijido. Pues no te desconsueles, capitan, me dijo el uno de ellos, que esto que hacen contigo, es para que puedan gozar todos de tu vista, porque es tan grande el nombre de tu padre Alvaro, que por ver a su hijo y conocerle ha venido mucha jente de muchas leguas de aquí. Estando en esto, llegó un