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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

CAPITULO VII.

En que se trata en lo que a los principios me ocupé en casa de este cacique Tureopillan, baptizando muchachos y chinas, y de otras cosas que me sucedieron de paso. 217 Al cacique Tureupillan, persona de todo respeto, quedé encomendado en aquella parcialidad, quien me miraba con buenos ojos, y me regalaba y trataba no como a cautivo. Al cabo de tres o cuatro dias que me comunicaron sus hijos, me cobraron tan grande amor y voluntad, que no se hallaban sin mi compañía un punto. Eran cuatro hermanos, los dos muchachones ya casados, y los otros dos pequeños de diez a doce años, sin otros pequeñuelos de tres y de cuatro poco mas o ménos, y otros de teta que estaban mamando; que por todos eran hasta siete o ocho de diferentes madres, porque el cacique habia tenido muchas mujeres, si bien entónces no se hallaba mas de con cuatro, las dos de ellas ya viejas y las otras mocetonas: de estas últimas eran los dos muchachos medianos de diez a doce años (como dije). Estos eran los que me acompañaban de ordinario y en la cama, que luego que llegué, me dió el cacique un colchon de los que usan los principales, demas de treinta pellejos mui limpios y escarmenados, cosidos los unos con los otros, una frezada nueva, que con las que yo tenia, cómodamente me reparaban de los hielos y frios que en aquellos tiempos nos molestaban; demas de esto me dió dos mantas, la una blanca, que servia de sábana, y otra listada, que servia de sobrecama, una almohadilla de lana para cabecera, y a sus dos hijos medianos para que durmiesen conmigo y me acompañasen, encargándome que los enseñase a rezar; que en aquella parcialidad todos los mas sabian alguna cosa de las oraciones, y estos dos muchachitos y compañeros mios tenian el Padre nuestro en la memoria, que de las mujeres españolas ancianas y cautivas habian aprendido: repetíande mui bien cuando nos íbamos a acostar y por las mañanas al levantarnos. Estando una noche, al cabo de algunas, rezando en la cama, les dije que si entendian algo de lo que rezaban, y me respondieron que nó. Pues ¿cómo (les dije) deseais que os enseñe las demas oraciones, si no las habeis de entender? Con todo eso (me dijeron), tenemos gusto de saberlas, porque dicen los huincas y las señoras que son palabras de Dios, y por eso gustaros de saberlas y oirlas aunque no las entendamos. Está bien (les dije): mucho consuelo me han causado vuestras razones: yo os enseñaré de mui buena gana, y en vuestra lengua las habeis de aprender, para que con mas facilidad y gusto os hagais capaces de los misterios de Dios, entendiendo lo que rezais. Alegráronse infinito de haberme oido decir les enseñaria las oraciones en su lengua, y con notable regocijo me dijieron asentándose en la cama, que les enseñase luego, porque se les habia aumentado el deseo de saber las oraciones con haberles. significado se las repetiria en su lengua y natural idioma. Repitan, pues, conmigo, dije a mis compañeros, que con mucho gusto obedecieron, si-