Página:Cautiverio feliz, y razón de las guerras dilatadas de Chile.pdf/234

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
220
HISTORIADORES DE CHILE.

"CAPITULO VIII. En que se refiere el ofrecimiento que hizo el autor para curar una enferma sin tener conocimiento de yerbas, ni haber sido médico en su vida, y el disgusto que le causó, despues de haberse ofrecido a hacer lo que no entendia. En estos ejercicios virtuosos me entretuve, y en visitar los ranchos y casas comarcanas de los parientes y amigos de el cacique, que a una cuadra y a media los tenian; y estando un dia en casa del indio que arriba signifiqué me mostraba mas aficion y voluntad que otros ladinos de los antiguos, llamado Pedro, me causó gran compasion y lástima el ver a su mujer mui achacosa y aflijida, y el marido mas lastímado, porque la queria bien por ser moza y de buen parecer, demas de no tener otra que le acompañase, ni quien le hiciese un bocado que comer. Preguntóme el camarada Pedro, despues de haberme mostrado el achaque de la mujer, que tenia un pecho apostemado, que si acaso sabia o tenia noticias de algunas yerbas para curar a su esposa y compañera, que entre nosotros habia muchos médicos herbolarios que curaban con ellas y eran acertados; a que le respondí, que era verdad que habia personas entendidas en la materia y con conocimiento de yerbas medicinales, que yo conocia algunas para postemas, juzgando que seria alguna hinchazon que fácilmente pudiera curarle. Mucho me huelgo, capitan amigo, dijo el indio, que los españoles suelen ser acertados, y curaréis a mi mujer, que me ha parecido que habeis de acertar con la cura: volved a mirarle el pecho, y reconoceréis el achaque, que há mas de un año que le tiene, y siempre mas empedernido. Llegué a descubrir el pecho, que le tenia mayor que una botijuela, y tan endurecido que me causó admiracion y espanto, de tal suerte que me pesó infinitas veces de haberle dicho que conocia de yerbas medicinales; y aunque me quise eximir con decirle que aquella era enfermedad antigua, y que me parecia incurable por ser en parte peligrosa y delicada, no pude salir del empeño en que me puso mi inadvertida razon y el deseo de dar gusto a quien me mostraba amor y natural afecto, porque me dijo el amigo con resolucion, enternecido, que yo habia de curar a su mujer y buscar las yerbas que conocia para el efecto. En suma, yo me ví apretado del doliente amigo y en obligacion de buscar las yerbas que no conocia, con harto dolor y sentimiento de haberme ofrecido a hacer lo que no entendia: mi merecido castigo tuve en la afliccion y cuidado en que me vide, que es mui justo el que le tenga el que se mete en aquello que no entiende, y que le digan que no sabe lo que se hace, como le sucedió al apóstol San Pedro. Estando en el Tabor, se ofreció a hacer los tabernáculos para Jesucristo, Moises y Elias, y le notó el evanjelista de necio, diciendo que no sabia lo que decia; y aunque sobre esta necesidad [sic] y sobre saber en qué consistió el disparate, dan muchas razones los santos doctores, es a mi propósito y a mi intento la de San Timoteo Antioqueno