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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

hablando con San Pedro. ¿Qué pensamiento (dice) es el que te ha venido, Pedro? a lo que no aprendiste, acometes presumido. Pues si tú eres pescador, y solo sabes tejer redes, ¿quién te mete a carpintero? Razones que se me podian decir a mí mui ajustadas (y a otros muchos presumidos que juzgan saberlo todo), porque si yo no conocia yerbas ni en mi vida habia curado ni tenido tal ejercicio, ¿quién me metia en ostentarme médico? Cualquier castigo en mí fuera mui bien merecido, demas del interior que padecia el alma con la afliccion y pena que mi ofrecimiento vano y necedad conocida causó justamente. Finalmente, yo me resolví a decir saldria a buscar las yerbas, y que me holgaria hallarlas por darle gusto, pero que me parecia dificultoso, porque de ordinario se hallaban arrimadas a la costa del mar. Pues irémos a la costa (dijo el amigo), si por aquí cerca no las hallais mañana; con que me vide por todos caminos cercado, y con obligacion de salir a buscar lo que no sabia ni conocia, y traer las primeras que encontrase. Fuíme desconsolado a casa del cacique aquella noche, y encomendé a Dios y a la Vírjen Santísima del Pópulo (desde mis tiernos años abogada) el subceso, con todas veras y fervorosas súplicas, despues de haber con mis compañeros rezado la oracion del Padre nuestro (que ya sabian) y echádonos en la cama. Apénas el sol rayaba entre confusos nublados, cuando estaba conmigo el indio Pedro, solicitando el que saliésemos al campo en demanda de las yerbas, y esto con ruegos amorosos y ofertas grandes de agradecimiento; con que me hallaba mas obligado a corresponder a sus respectos y agasajos, poniendo de mi parte algun cuidado en hacer demostraciones de solícito, aunque no hubiesen de ser de ningun efecto. Yo saldré a la tarde, dije al camarada, y me alargaré lo posible, por ver si en alguna quebrada de estas comarcanas me depara la dicha lo que habemos menester. Pues volveré a acompañaros (dijo el indio), si gustais que nos vamos paseando; a que respondí, que no faltase del lado de la enferma, porque podria ser me dilatase mas de lo que quisiera; que los dos muchachos mis camaradas y compañeros bastaban para hacerme compañía. Pues quedáos a Dios, amigo (me dijo Pedro), que en vos tengo puesta mi esperanza, y en vuestras manos la salud de aquella pobre enferma. Dichas estas razones, me dejó en el rancho, mas pesaroso que de ántes y con mas cuidado y imajinaciones; salí afuera a las orillas del estero a encomendarme a Dios y darle gracias por haberme dejado amanecer con bien aquel dia, aunque con algun disgusto por el empeño en que me hallaba con aquel indio Pedro; que se sirviese su divina. Majestad de ayudarme y por algun camino sacarme con gusto de aquel aprieto en que estaba: y esto fué hincado de rodillas dentro de un bosque adonde solia continuar mis devociones, diciendo con David: en tí tengo, Señor, puesta mi esperanza; por tu divina bondad, me has de oir, Dios y Señor nuestro, que aunque me considero indigno, porque como malo y perverso no he atendido a vuestras voces, llamamientos y inspiracio-