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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

eran de la suya, todas las que queria tenia en su casa ocupadas). Llevóla a su casa, adonde dió principio a tratarla con mas rigor que si fuese esclava, porque todos los dias la desollaba a azotes y la pringaba hasta las partes vergonzosas, teniéndola presa y en un cepo"; últimamente, llegó a tanto su pasion, que le cortó las narices y las orejas, encerrada en su prision, adonde con tan inhumanos castigos murió la desdichada como un perro, y dentro de la propia prision y aposento la enterró. Esto yo lo ví, porque la señora, fiándose de mí, me llamó para hacer el hoyo y enterrarla, como lo hice; que habiendo reconocido aquel espectáculo, sin narices ni orejas, me quedé tan suspenso y asombrado, que no acertaba a hacer el hoyo para enterrarla. ¿Qué os parece, capitan? no es peor esto que lo pasado? Y tan peor (le respondi), que a no haberme dicho que fuísteis testigo de la accion, no sé si diera crédito al caso. A qué respondió el viejo Aremcheu, que era verdad, que habia sido público entre todos; y por ser indio de tan buen natural y amigo de españoles, como lo mostró, pude dar crédito a tan grande atrocidad. Y mas añadió este viejo para confirmar la crueldad de las mujeres: que las señoras eran peores que los hombres, porque su amo mui de ordinario tenia disgustos con la mujer, porque era de malísima condicion. Yo estoi admirado y suspenso (dije a mis compañeros caciques, con quienes tuve larga conversacion) de haber escuchado una cosa fuera del uso cristiano, tan horrible, atroz y lastimosa, que no sé qué deciros. Suspended por vuestra vida las razones, que con lo que habeis referido basta para colejir lo mas que pudiérais contarme. Suspendimos la conversacion trabada y nos recostamos en las camas que al amor del fuego nos habian dispuesto, y habiendo rezado mis devociones y con mis compañeros las oraciones que sabian, dormimos lo restante de la noche.

CAPITULO XI.

En que se ponderan algunas razones de los caciques dichas en este antecedente capítulo; de cuán perjudiciales son los aduladores en la guerra, y si son sacerdotes mucho peores. Dijo Theodoreto, hablando de las grandezas y milagros de aquel gran anacoreta San Pedro, que dejaba de referir muchas cosas, juzgando que el vulgo no habia de dar crédito a tamaños portentos; y presumió bien, porque volviendo los ojos a nuestras acciones, los que no somos ajustados pocas veces damos crédito ni tenemos fee ni verdadero conocimiento de las sobrenaturales obras de los santos. Mas a mí no me pueden acobardar las incredulidades del vulgo (que en los defectos ajenos está tan adelante y advertido, como incrédulo y dudoso en las virtudes de los justos) para pasar por alto algunas cosas que no se pueden decir como se sienten, aunque se deben sentir como se hacen, dejando al curioso lector la contemplacion de ellas; advirtiendo que si en algunas cosas dejo muchas circunstancias, y no las refiero con la clari-