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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

pillan, primo hermano de Tureopillan, mi huésped y patron en aquella parcialidad. Amaneció otro dia con rebozo el cielo, dando ciertas señales de rociar los campos con sus lluvias, a cuya causa solicité con el cacique el retirarme luego con mis compañeros, ántes que el viento norte, que soplaba lento, apresurase mas las densas nubes. Diéronnos de almorzar con toda priesa, y con grande regocijo, entre los viejos, nos brindamos y comimos regaladamente, y para el camino nos dieron algunos bollos de maiz y porotos, que es el ordinario pan aquella jente, y algunas rosquillas de huevo fritas que la pasada noche habian sobrado; y despues de haber dado fin a dos cántaros grandes de chicha con los demas caciques que se hallaron al festejo, nos despedimos los unos de los otros con amorosos abrazos, citándome para otras ocasiones en que nos habíamos de ver mui de ordinario, en las cavas y sementeras de chacras, que era el tiempo de ellas. El cacique Naucopillan, como dueño del rancho y de nuestro festejo, tenia dispuestos tres caballos ensillados y enfrenados, para que con mas commodidad y priesa llegásemos a nuestra habitacion, y saliendo con nosotros a la puerta, hizo que subiésemos a caballo a los dos muchachos y a mí, poniendo a las ancas de uno un hijo suyo para que volviese las cabalgaduras, y despidiéndose de mí y de toda su casa [sic], que salieron a la puerta sus mujeres, hijos y hijas, cojimos el camino con alguna priesa; y al emparejar con una quebrada montuosa, honda y áspera, de adonde se descollaban unos crecidos robles, les dije a mis compañeros que me tuviesen de diestro el caballo, que en aquella montaña me parecia que habia de hallar las yerbas que buscaba, y que no era bien que volviésemos sin ellas; a que respondieron los muchachos, que tenia razon, supuesto que a eso solamente habíamos salido de casa. Pues aguardad un rato (les dije) aquí al reparo del viento, que yo abreviaré lo posible, porque conocidamente el tiempo va arreciando y dándonos priesa. Fuí entrando por el bosque adentro, despidiendo tiernos suspiros del pecho y encomendando a la Vírjen Santísima el buen subceso, para que me deparase algunas yerbas extraordinarias, que ni ellos ni yo las conociésemos; fuí tendiendo la vista por todas aquellas faldas del monte, cojiendo unas y desechando otras. Y al llegar a un pradecito verde que hacia la quebrada, abajo de adonde tenia sus raices un anciano roble, tan descollado y robusto como cubierto de barbas largas y canas, a sus piés me puse humilde y arrodillado, pidiendo a Dios N. S., me ayudase y favoreciese en aquella afliccion en que me hallaba, por medio de la Vírjen sacrosanta María, y con lágrimas de los ojos dí principio a mi oracion deprecativa, con ciertas esperanzas de ser admitidas mis súplicas y ser escuchados mis ruegos. Porque el piadoso Señor y Dios poderoso siempre está dispuesto a dar consuelo a los aflijidos que por medio de la oracion le invocan con clamores suspiros, como lo hizo con el pueblo de Israel, estando en la afliccion y servidumbre de Faraon, y con la aflijida Agar, que la volvió el ánjel