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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

rancho, y otros comarcanos, que comimos y bebimos mui a gusto en concurso alegre. Despues volví a repetir la cura, bañándola como de ántes el pecho con las demas circunstancias referidas, quedando sosegada, aunque aquella mañana del tercero dia, me habia dicho haberle punzado con extremo el pecho; a que le respondí que era buena señal, porque lo empedernido y duro de aquella parte mas incorrejible se habia morijerado y ablandado mucho; con que quedó la enferma consolada y mas alegre, y nosotros nos retiramos a los ranchos, de adonde nos determinamos salir en demanda de mas yerbas de las que habíamos reconocido en los mas ancianos robles. Agregáronse a nosotros otra tropa de chicuelos, que la serenidad de la tarde convidaba a salir a gozar de los templados y apacibles rayos del sol; salimos en compañía entreteniéndonos con una pelota, que en otra parte queda significado de la suerte que la juegan estos naturales; acercámonos al sitio adonde la primera vez tuve dicha de encontrarlas, porque no en todos los árboles, aunque fuesen robles, se podian hallar: volvióme a dar aquel sitio lo que buscaba, abundantemente, de cuyas hojas y raíces llevamos mas de las necesarias, porque por via de entretenimiento llevamos todos nuestra carguilla. Cuando volvimos era cerca de ponerse el sol, y aunque habíamos merendado mui a gusto, llegamos a nuestra habitacion con mui buenas ganas de comer, o de cenar; hallamos al viejo, que nos estaba aguardando asentado al fuego, con la cena caliente y un buen cántaro de chicha, y despues de haber brindado a los chicuelos con agasajo y amor, se retiraron a sus ranchos, que sus padres los estarian esperando: asentámonos al fuego mis compañeros y yo cerca de nuestro cacique viejo y nuestro dueño, quien ordenó luego a sus mujeres, sacasen de cenar para todos, que al punto lo ejecutaron las criadas, y para mí trajeron una ave bien guisada de las que me habian ofrecido los ahijados y ahijadas, como queda atras declarado, y de ella partí con los compañeros. Y como el viejo no era amigo de gallinas, y me volvia de ordinario lo que le daba, excusaba el brindarle con algo de ella, y cuando no era mucha mi necesidad, convidaba con el plato a algunas de sus mujeres 0 hijas, y otras veces a un enfermo hijo suyo, que se hallaba desganado y mui achacoso. Cenamos y bebimos entre todos los de casa, y dimos fin a nuestra cántara de chicha, con que despues nos pusimos a rezar las oraciones los muchachos y yo y las indias; y habiéndonos acomodado la cama una hija del cacique, que por su órden cuidaba de mí, nos acostamos, y por haber llegado fatigados del camino, con facilidad nos rendimos y sujetamos al sueño.

CAPITULO XXVII.

De como habiéndome acostado con gusto a dormir, tuve un grande susto, porque la enferma dió voces a media noche del gran dolor que tuvo, y el marido juzgó que se moria y fué volando a despertarme, y yo salí bien atribulado. Con gusto y alegría summa nos acostamos en la cama, porque la tarde antecedente baptizamos a la enferma con grande regocijo, y yo