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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

adonde llegamos despojados, desnudos y en carnes, solo con un trapo por delante. Pidieron los indios amigos a los mas principales de la tropa para matarlos en sus parlamentos, a nuestra usanza, y entre los que señalaron fuí yo el uno, porque supieron que era hijo del toque principal de la Villa-Rica Naucuante, mi padre; y aunque me terian ya dedicado para el primer parlamento, en esta ocasion llegó este capitan con otros españoles a ver la multitud de prisioneros que estábamos en la guardia, o a la vista de ella al sol, y como era hijo del Maltincampo, traia muchos soldados tras de sí y sus muchachos. Seria entónces este capitan de siete a ocho años, poco mas o menos, y habiéndome visto maltratado, lleno de sangre de una herida que me habian dado en la cabeza, desnudo en cueros, como tengo referido, llorando amargamente mi desdicha (que como yo era tambien muchacho, sentia con extremo el saber que me pedian los indios amigos para darme la muerte), llegó este niño y me preguntó la causa de mi afliccion y llanto, y dándole razon de mi trabajo y pena, me consoló grandemente con decir que no moriria, porque me tenia mucha lástima: quitó a su muchacho una manta nueva que llevaba, y me la hizo poner encima, con que me pude abrigar, y al instante fué a su padre Alvaro y le pidió que me sacasen de entre los otros captivos, como lo hicieron luego, y me pusieron aparte. Los caciques y toques de Arauco porfiaban en pedirme, y por apartarme del tropel de sus instancias, mandó Alvaro, su padre de este capitan, que me llevasen a la ciudad de la Concepcion a la cadena, adonde habia otros ocupados en varios ejercicios: y esto fué miéntras el Maltincampo iba a la dicha ciudad para pasarme a su casa y a su hacienda, que así me lo tenia prometido por intercesion de este niño. Mirad ahora, ilmines mis amigos, si es razon que tenga en la memoria tan grande beneficio como el que este capitan me comunicó en su tierra, siendo tan tierno y delicado. Por cierto sí, le respondieron todos, y no sin bastantes causas se granjea las voluntades de los mas extraños. Proseguid vuestra historia, dijo el cacique Quilalebo, que estamos deseosos de saber en qué paró vuestra fortuna. Aunque es trajedia larga (dijo el forastero), pues gustais de escucharme lo restante de mis infortunios, los referiré despacio.

CAPITULO XXX.

En que prosigue el cacique, y refiere lo que le subcedió en la ciudad de la Concepcion, y cómo se libró de la cadena hasta llegar a su tierra. Llegué a la ciudad de la Concepcion (amigos mios), dijo el forastero cacique prosiguiendo su narracion principiada, y despues de algunos dias que estuve con los compañeros ocupado en varios ejercicios, se ofreció ocasion en qué me mandaron fuese con otros cinco prisioneros a ayudar a cavar una viña de las que estaban sobre los altos y cerros