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HISTORIADORES DE CHILE.

porque permitió en él tan espantoso sacrilejio; y al mancebo Decio Mundo le dió una pena de destierro, considerando que como mozo liviano se dejó llevar del sensual apetito de la carne, que en los discretos y maduros jueces es mas fácil de perdonar esta culpa, o de mirarla con mas piadosos ojos (como lo hizo este sagaz y avisado emperador), que acriminarla severos. Desta suerte quedaron todos castigados, en que nos industrian los antiguos de la suerte que se han de castigar delitos y maldades cometidas en el templo; y si en nuestras antiguas ciudades se hubiesen experimentado algunos de estos castigos, pudiera ser que los nuevamente reducidos mirasen con mas fee de la que tuvieron, nuestras acciones, viendo que habia castigo riguroso para los excesos tan grandes que se acostumbraban. De aquí podrémos sacar algunas consecuencias al principal intento de este libro ajustadas. Lo primero, que estos naturales bárbaros no pueden reducirse a policía cristiana, porque en sus principios fueron mal industriados, maltratados y oprimidos, y tienen mui presentes los agravios, molestias y vejaciones que recibieron en sus principios. Lo segundo, la nota y mal ejemplo con que fueron doctrinados, cuyas memorias tienen hoi tan vivas como si al presente las estuviesen experimentando. Porque puede tanto el obrar mal en naturales nuevos y ignorantes de nuestra relijion cristiana, que atropella y avasalla las mas eficaces palabras; que aunque nuestros antiguos y pasados con la boca les manifestaban los sacrosantos misterios de nuestra fee católica, destruian con sus acciones lo que con lengua edificaban; y así pudiéramos decirles lo que San Agustin dijo sobre el ps. 120: ¿qué importa (dice) que tu lengua himnos cante, si tu vida y costumbres exhala sacrilejios y maldades? Lo último que podemos notar, es decir que adonde no hai justicia igual a la de estos antiguos jentiles, y se permiten iguales maldades y sacrilejios, cómo podemos esperar paz, quietud ni descanso, sino es una guerra perpétua y inacabable, como la que hasta el dia de hoi se ha continuado en este desdichado reino, a cuyo blanco van enderezados estos verdaderos discursos.

CAPITULO V.

En que se prosigue la historia, y del aviso que tuvimos del cacique Tureupillan mi huésped, para que estuviésemos con cuidado, porque los indios serranos andaban acechando mi persona para cojerme y llevar a quitar la vida. Quedamos con el fin del dia recojidos en el rancho de mi amigo y suegro Quilalebo, o por lo menos en demanda de su abrigo, caminando a aquellas horas a gozar del sosiego y descanso que con su quietud la noche nos ofrece; y estando en los segundos tercios de ella, cuando las voces ni humanos ecos se escuchan, y aun cuando las de los canes mas vijilantes se suspenden, como dijo Ovidio: