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HISTORIADORES DE CHILE.

norte apresurado y recio, que nos imposibilitó nuestras armas de fuego, de manera que no se pudo dar mas que una carga, y esa sin tiempo ni sazon. Con que al instante su infantería y caballería cargó sobre nosotros con tal fuerza y furia, que a los ochenta hombres que nos hallamos a pié, nos cercó la turba multa, y habiéndonos desamparado nuestra caballería, nos cojió en medio, y aunque pocos para tan gran número contrario, sin desamparar sus puestos, murieron los mas como buenos y alentados soldados peleando valerosamente. Y estando yo haciendo frente en la vanguardia del pequeño escuadron que gobernaba, con algunos piqueros que se me agregaron, oficiales reformados y personas de obligaciones, considerándome en tan evidente peligro, peleando con todo valor y esfuerzo por defender la vida, que es amable, juzgando tener seguras las espaldas, y que los demas soldados hacian lo mesmo que nosotros, no habiendo podido resistir la enemiga furia, quedaron muertos y desbaratados mis compañeros, y los pocos que conmigo asistian iban cayendo a mi lado algunos de ellos, y despues de haberme dado una lanzada en la muñeca de la mano derecha, quedando imposibilitado de manijar las armas, me descargaron un golpe de macana, que así llaman unas porras de madera pesada y fuerte de que usan estos enemigos, que tal vez ha acontecido derribar de un golpe en feroz caballo, y con otros que se me asegundaron, me derribaron en tierra dejándome sin sentido, el espaldar de acero bien encajado en mis costillas y el peto atravesado de una lanzada; que a no estar bien armado y postrado por los suelos desatentado, quedara en esta ocasion sin vida entre los demas capitanes, oficiales y soldados que murieron. Cuando volví en mí y cobré algunos alientos, me hallé cautivo y preso de mis enemigos. Y dejo en este estado este capítulo, aunque habia prometido de ántes manifestar la causa de no haberse hallado en un cuerpo todos los soldados de nuestro ejército en ocasion tan esencial y urjente.

Solo diré, que nuestras culpas y pecados tienen ciegos los sentidos y turbados nuestros entendimientos, que aunque nos adviertan lo que puede ser de nuestra conveniencia (como en esta ocasion tuvimos un prisionero que ocho dias ántes nos estuvo previniendo con repetidos avisos de la gran junta que dejó dispuesta cuando salió de su tierra, para sin remision alguna venir a molestar nuestras fronteras), no damos crédito jamas a lo que nos importa y es de nuestra mayor utilidad y provecho. Y así las mas veces nos sucede lo que a Olofernes, jeneral valeroso de los ejércitos asirios, que despues de haber conquistado para su rei muchas naciones, y sujetado a sus fuerzas reinos y ciudades várias sin alguna resistencia, tuvo noticia que los Israelitas trataban de defenderse y no venir a su obediencia como los demas, a cuya causa entró en consejo con los príncipes Amonitas y Mohabitas, que reducidos a su gremio estaban, y sujetos a sus armas los tenia, a quienes preguntó, qué jente era esta, qué fuerzas las suyas, cuántas ciudades habitaban y qué calidades tenian; y que sabiendo que a su ejército y valor no se le habia opuesto nacion alguna, cómo tenian tanta altivez y soberbia,