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HISTORIADORES DE CHILE.

CAPITULO VI.

En que trata el autor del peligro y riesgo en que se vió luego que le cautivaron, y como uno de los mas valerosos soldados que a su cargo traia la junta, le favoreció y fué causa principal de darle la vida.

Despues del enarrado subceso, considerándome preso y entre mis enemigos, se me vino a la memoria ser mayor el peligro y riesgo en que me hallaba, si me conociesen por hijo del maestro de campo jeneral Alvaro Nuñez de Pineda, por el aborrecimiento grande que mostraban al nombre de Alvaro, y aversion que le habian tomado por los daños recebidos que se les representaban, y contínuas molestias que de su mano tenian recebidas y experimentadas; a cuya causa me pareció conveniente y necesario usar de cautelosas simulaciones, finjiéndome de otras tierras y lugares, y aunque moderadamente lo comun y ordinario de su lenguaje le entendia, mas ignorante me hice en él de lo que la naturaleza me habia comunicado; usando de una sentencia extremada del cordoves famoso y otra a propósito de Horacio, que dice: es prudencia grande en ocasiones hacerse ignorante y enloquecer cuerdo. Con esta advertencia estuve, habiéndome preguntado quién era y de adónde: a que respondí, ser de los reinos del Perú y haber poco tiempo que asistia por soldado en estas partes; y esto fué en su modo de hablar conforme los bisoños chapetones suelen pronunciar la lengua. Creyólo por entonces el dueño de mi libertad, mostrándose apacible, alegre y placentero, a cuyos agasajos me mostré con acciones y semblante agradecido. Y estando con algun sosiego despues del susto mortal que me tuvo un buen rato sin sentido, llegó a nosotros un indezuelo ladino en nuestro vulgar, quien habia guiado la junta y traido el ejército enemigo a la estancia y heredad de su amo encomendero y a otras comarcanas, que pocos dias antes del subceso se habia de nosotros ausentado y agregádose a los enemigos por algunas vejaciones y tratamientos malos que habia recebido (que lo cierto es que las mas veces somos y habemos sido el oríjen de nuestras adversidades y desdichadas suertes), quien con otros amigos y compañeros suyos (a quienes habia manifestado quién yo era) llegó al sitio y lugar adonde me tenian despojado de las armas y de la ropilla del vestido, diciendo en altas voces: muera, muera luego este capitan sin remision alguna, porque es hijo de Alvaro Maltincampo (que así llamaban a mi padre), que tiene nuestras tierras destruidas, y a nosotros aniquilados y abatidos; no hai qué aguardar con él, pues nuestra suerte y buena fortuna nos le ha traido a las manos. Y a estas razones y alaridos se agregaron otros muchos no ménos enfurecidos y rabiosos, apoyando las voces y depravadas intenciones de los primeros, que levantando en alto las lanzas y macanas intentaron descargar sobre mí muchos golpes y quitarme la vida; mas, como su divina Majestad es dueño principal de las acciones, quien las permite ejecutar o las suspende, quiso que las de estos bárbaros no llegasen a la ejecu-