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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

que dijo estas siguientes San Pedro Damiano: no hai quien pueda moverse en contra del dador magnánimo; las palabras se modifican, lo sublime de la locucion se humilla, la lengua se sujeta a la vergüenza, el entendimiento se perturba, divierte el valor de su judicial censura, y reprímese de la elocuencia osada la libertad mas atrevida; y así, no hai que maravillarnos los malos jueces y ministros desleales, con el dinero que roban, hagan piernas y se salgan con cuanto imajinan y con cuanto hacen. Y ahora he venido en conocimiento de una razon, que algun ministro jeneral del ejército, en ocasion de una gran pérdida que tuvo, habiendo querido desamparar lo restante del campo y volver las espaldas sin ser sentido, a los que se lo impidieron con razones de súplica y de ruego, respondió sin empacho ni vergüenza, que el Rei N. S. no premiaba a los muertos sino a vivos, dando a entender que era mejor volver huyendo las espaldas con deshonra, que perder la vida con reputacion sobrada. Singular ha sido el ministro, entre tantos que ha tenid y tiene jenerales valerosos este real ejército de Chille; que por ser conocido, y pública esta razon, la he manifestado para dar a entender que con los dineros que robó, pudo solapar y escurecer semejantes acciones; a quien yo respondiera lastimado: j ah traidor sin lei ni reputacion alguna! que si S. M. (Dios le guarde) tuviera ministros confidentes, que estas verdades las hiciesen patentes, y no se las ocultasen, hallándose apartado y distante de nuestro hemisferio, claro está que los que en su servicio perecieron y se ocuparon, galardonados fueran con ventajas, y los que son malignos, perversos y desleales, el castigo tuvieran a sus obras mui conforme, que parecieran escojidamente en el lugar que mandó Dios N. S. poner a los príncipes y superiores del pueblo de Israel, por los pecados y delitos de sus inferiores; que aquí por sus maldades y insolencias propias, parecieran mui bien en unas horcas o patíbulos para ejemplos y escarmientos de otros. Bien habia que meter la mano, y en que pudiese correr veloz la pluma, si no me llamase ya el fin de este Discurso, por haber sido algo dilatado; que los discretos lectores, que son amigos de las verdades, no lo extrañarán, aunque en nuestro desdichado siglo, pocos o ningunos son los que con buen semblante las escuchan; que me parece que oigo decir a los contemplativos lisonjeros, que quién me mete a mí en querer reformar el mundo y poner nuevos modos de gobierno, siendo imposible mudarse lo corriente y estilado: que será lo mejor y mas acertado encaminarse por un real camino ancho y espacioso, que buscar sendas ni escabrosas veredas que no se continúan. A que responderé dando mi disculpa con manifestar el celo ardiente que a mis obligaciones acompaña, del leal vasallo del Rei N. S., y de hijo fervoroso de esta desdichada patria, que han movido mi pluma a poner en escrito estas claras verdades y manifiestas, por ver si por algun camino pueden llegar a los oidos de nuestro gran monarca y señor natural, y a su real presencia; que aunque nos quieran persuadir algunos a que todo el mundo es uno, y que lo mesmo que por estos remotos reinos experimentamos,