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HISTORIADORES DE CHILE.

CAPITULO III. Que euando la vanagloria es encaminada a buen fin y al aumento de la patria, no es perjudicial ni dañosa, y mas cuando es solicitada de un gobernador celoso del bien comun, como lo fué el presidente don Martin de Mojica, de cuya solicitud fué tambien la veneracion del culto divino. Que en ocasiones muestre el jeneroso su magnánimo pecho, y ostente liberalidades de su natural piadoso en obras importantes al comun de un reino lastimado, al bien universal de pobres aflijidos y a la conservacion y aumento de sus amadas patrias, gastando alguna hacienda de la que sobra a muchos, estas son vanaglorias con provecho, con estimacion y aplauso bien debido; como la que tuvieron los ciudadanos de la ciudad de la Concepcion en tiempo que la de Santiago se halló aflijida, triste y atribulada, y sus edificios asolados por un terremoto cruel, que aun a los sagrados templos no perdonó su violencia. Entonces la pobre ciudad de la Concepcion socorrió a la otra confusa y lastimada, con mas de diez mil pesos, ofreciendo para este envio cada uno lo que su certo caudal pudo permitirle, y la asistencia y gastos ordinarios de la guerra concederle, que la voluntad y amor con que lo hicieron, pudo ser el mayor caudal que les donaron, por medio y solicitud de un gobernador cristiano, de un príncipe a todas luces piadoso, y nada interesado, como lo fué el señor don Martin de Mojica; que con este respeto y veneracion se debe hacer memorias de tales superiores y magnánimos príncipes. Bien juzgarán algunos que la noble ciudad de Santiago no quedaria corta en la correspondencia que debia a la de la Concepcion en sus trabajos y aprietos, pues han sido y son mayores que los que padeció la de Santiago; que esta no tuvo mas castigo de la mano de Dios, que una contajiosa peste y un violento terremoto, que a pocos meses y dias no hubo memorias de los daños y estragos que causó en ella: pero la de Concepcion tuvo sobre sí, lo primero y mas sensible, la rebelion de sus naturales y criados yanaconas, que con el enemigo se aunaron y tuvieron cercados a todos los de su distrito en la plaza de armas; a esto se agregó la peste que consumió gran suma de sus habitadores, y tras de estas calamidades y aflicciones llegó a echar el sello a sus pesares un temblor jamas visto ni experimentado, que derribando los mayores edificios por el suelo, fueron sepulturas de muchos cuerpos vivos, y para acabar de igualar a los que quedaban, salió el mar de sus términos y límites y allanó los tropiezos que de los paredones derribados habian quedado por parte inferior, por adonde con mas fuerza sus olas embravecidas combatieron. Con todas estas calamidades y infortunios, no siendo el menor enemigo el hambre cruel que les solicitaba por su camino la muerte, de quien dijo Vejecio, que era mayor adversario en los ejércitos que la batalla ni el hierro; no sé que haya habido persona alguna que hubiese tenido memoria del bien pasado, para acordarse de enviar la